Nerviosa y asustada, una madre llama a una línea de atención telefónica dirigida por un centro de mujeres en Puerto Príncipe, Haití. «No puedo dormir por la noche», le cuenta a Eleyina, la trabajadora de apoyo de la línea. «Tengo que vigilar a mi hija para asegurarme de que no la violen».
La situación en Haití es desesperada. La violencia de pandillas ha obligado a más de medio millón de personas en todo el país a huir de sus hogares. La capital resuena con disparos día y noche y la violencia sexual ocurre con impunidad.
La anarquía y la violencia obstaculizan una respuesta humanitaria eficaz.
En esta serie de retratos profundamente personales, mujeres y niñas comparten su visión sobre la cruda realidad de la vida actual en Puerto Príncipe, mientras el UNFPA y sus asociados trabajan sin descanso para prevenir y aliviar su sufrimiento.
Esther, cuyo nombre se ha cambiado por protección, fue violada cuando estaba embarazada de cuatro meses y dormía en una plaza pública con sus seis hijos, después de verse obligada a abandonar su casa. Recibió asesoramiento de un centro de salud del UNFPA, pero su situación sigue siendo desesperada.
En este video cuenta su historia.
El UNFPA y sus asociados no pueden prevenir la violencia de pandillas, pero pueden ayudar a aumentar la seguridad de personas como Esther. Por ejemplo, el UNFPA ha organizado la instalación de iluminación en los campamentos de desplazados y FOSREF, un asociado local, forma parte de una iniciativa de seguridad que proporciona personal para patrullar los campamentos durante toda la noche.
Arriba en el centro: «San vyolans lavi pi bél», rezan los letreros. («La vida es más hermosa sin violencia».)
«Dado que ha aumentado la inseguridad en el país, estamos atendiendo muchos más casos de violación».
Se calcula que solo el 25 por ciento de las supervivientes de violación pueden acceder a asistencia médica en un plazo de 72 horas, un período vital para recibir profilaxis posterior a la exposición, un breve ciclo de medicamentos contra el VIH que se toman poco después de la posible exposición.
Se han desplegado clínicas móviles apoyadas por el UNFPA en los lugares de desplazamiento para aumentar el acceso a servicios de salud y protección reproductiva y garantizar que las supervivientes sepan cómo acceder a un apoyo integral.
El UNFPA está dotando a los centros sanitarios y los hospitales de suministros esenciales, incluidos kits para el manejo clínico de violaciones, así como kits vitales de salud materna que contienen suministros para emergencias obstétricas.
Dar a luz ya era arriesgado antes de la actual escalada de violencia: Haití cuenta con la tasa de mortalidad materna más alta del hemisferio occidental, ya que 950 mujeres mueren por complicaciones durante el embarazo, el parto y sus secuelas cada año.
Ahora, con la violencia que limita el acceso a la atención de la salud materna y una escasez crítica de suministros y personal, el parto es aún más peligroso para las 84.000 mujeres embarazadas que se calcula que hay en todo el país.
Las futuras madres temen por el futuro de sus hijos incluso antes de nacer. En esta imagen, Lovely, de veintiséis años, acaba de empezar el trabajo de parto. La asisten parteras en el Hospital Eliazar Germain de Puerto Príncipe.
«Aunque siento mucho dolor, estoy feliz porque es mi primer hijo y me emocionaba la idea de tener un bebé», confiesa. «Pero me asusta mucho oír disparos».
«Después de dar a luz, estaba muy feliz. Debido a la cesárea, no me sentía muy bien, pero estoy encantada de tener a mi primer hijo», celebra. «Con la situación del país, tengo especial miedo a los secuestros y a las bandas armadas. Mi mayor deseo para mi bebé es irme del país con él porque no quiero que crezca aquí».
Para muchos jóvenes que crecen en Haití, la educación se ha detenido abruptamente.
Mónica y Bianca echan de menos sus hogares. «Los pandilleros atacaron nuestra casa y nos obligaron a huir», dice Mónica, que ahora vive en un campamento. «No pudimos traernos nada. Hace ocho meses que no voy a la escuela. En una ocasión las pandillas intentaron atacar el campamento y estábamos muy asustadas. A veces lloro porque no quiero vivir en estas condiciones».
Bianca cuenta cómo las pandillas tomaron lo que quisieron de la casa de su familia y luego la quemaron. Ella vive ahora en el mismo campamento que su amiga Mónica. «No me siento segura aquí porque siempre se escuchan disparos. A veces mueren personas frente a la valla del campamento», se lamenta.
«Se supone que estoy en quinto grado, pero ya no voy a la escuela porque está en el mismo barrio donde vivíamos».
Ambas niñas han sido atendidas hoy en una clínica móvil. «Me gustaría hacerme enfermera y ayudar a los niños», dice Bianca. «Ojalá las pandillas ya no existieran. Para tratar de olvidarme de la situación, juego con mis amigos en el campamento».
A medida que se acerca la noche en Puerto Príncipe, se intensifican los combates y aumentan los temores. Las patrullas apoyadas por el UNFPA se establecen en los campamentos, mientras la línea de atención telefónica envía y recibe mensajes de texto y las parteras atienden a los recién nacidos en un contexto de violencia.
La vida continúa, pero de algún modo se mantiene en espera.
Se han desplegado clínicas móviles en ocho lugares de desplazamiento para proporcionar servicios y atención en salud reproductiva y ayudar a prevenir y responder a la violencia. Son un apoyo vital, ya que menos de la mitad de los centros sanitarios funcionan a capacidad normal. Los equipos de atención sanitaria tienen infinidad de necesidades cuando llegan a cada campamento.
«Quiero ver cero secuestros, cero hombres golpeando a mujeres, cero víctimas de violencia, cero daño psicológico. Mientras tanto, seguiremos haciendo lo que hacemos: seguiremos luchando, seguiremos trabajando».
Más información: https://www.unfpa.org/haiti
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