Gambia
Hace unos años publiqué un artículo en mi blog, titulado “Los hombres son basura”. En este analizaba los orígenes del uso de la expresión, su difusión mundial y las diversas formas de violencia a las que se enfrentan las mujeres y las niñas en la sociedad gambiana. Una revista digital compartió fragmentos del artículo, lo que atrajo ataques de miles de seguidores en su página de Facebook. Estos ataques se prolongaron durante dos o tres días seguidos*.
Los comentarios hacían referencia a mi aspecto, mi inteligencia, mi sexualidad, mis padres. En los comentarios se me insultaba, se hacían acusaciones falsas, se publicaban imágenes de armas. Algunos me culpaban de los ataques porque no debería haber “insultado a los hombres”. Pasado un tiempo dejé de leerlos...
Me sentía impotente. Me preocupaba que mis padres pudieran sufrir un ataque, así como su reacción ante el artículo. Gambia es una comunidad pequeña y unida en la que todo el mundo conoce a alguien que conoce a alguien, por lo que la información se difunde fácilmente. Me vi obligada a adoptar una especie de control de daños: informé a mi padre sobre lo que estaba pasando antes de que él se enterara por otra persona. Por suerte, se puso de mi parte. También me ayudó hablar con amistades y familiares acerca de mis sentimientos, y saber que contaba con su aprobación en todo momento.
Siempre me había sentido libre para expresar mis opiniones. Sin embargo, ahora tengo reservas respecto a compartir comentarios controvertidos en Internet. Es algo en lo que todavía estoy trabajando, si bien he ido mejorando en los últimos dos años. Me sigue afectando ver la publicación que hice, por lo que aún no sé si me he recuperado del todo.
En aquel momento acababa de graduarme y estaba a la espera de entrar en la facultad de derecho. Actualmente soy abogada y trabajo para un instituto de derechos humanos. En ese momento ya había decidido en qué ámbito legislativo quería desarrollar mi trabajo, pero el incidente reforzó todavía más mi determinación. Sigo siendo muy activa en Internet, aunque he limitado bastante mi presencia en Facebook desde entonces.
También hubo algunos comentarios de apoyo que venían en mi defensa. Sentía que aquellas personas empatizaban conmigo, que se preocupaban lo suficiente como para buscar la publicación original en el blog y sacar sus propias conclusiones. Algunas incluso compartieron el enlace para que otras personas también pudieran leer la publicación y decidir por ellas mismas. En algún momento sentí la tentación de retirarla, pero me di cuenta de que con ello negaría a las personas interesadas la oportunidad de aprender. Por otra parte, mi padre me dijo que me mantuviese firme en mis opiniones sin pensar en las consecuencias, siempre y cuando tuviera la conciencia tranquila.