“Gracias a las charlas a las que asistió mi madre, he aprendido que la mutilación de las niñas no tiene fundamento en la tradición y que es una práctica nociva para la salud”, explica Eman.
“También he aprendido que no es necesaria desde el punto de vista médico y que no sirve para nada”, añade esta joven de 17 años que vive en Egipto. “Ni siquiera es un imperativo religioso”.
Pero cuando la mutilación genital femenina es una práctica común, se mantiene gracias a una red de normas sociales compleja y perdurable.
La mutilación genital femenina —que a menudo está interrelacionada con otras formas arraigadas de desigualdad de género— es un medio de control de la sexualidad femenina que tiene por objeto asegurar la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad posterior.
La mutilación genital femenina se puede considerar un rito de iniciación para las niñas, su tránsito a la edad adulta. En algunas sociedades, de acuerdo con las convenciones, el aparato genital femenino es sucio y poco estético, y debe extirparse con el fin de promover la higiene y una apariencia más atractiva. Los mitos sobre el aparato genital femenino pueden perpetuar la práctica, como la creencia de que un clítoris íntegro crecerá hasta alcanzar el tamaño de un pene, o que la mutilación genital femenina fomenta la fertilidad o favorece la supervivencia de los hijos.
En muchas comunidades, la mutilación genital femenina es un requisito previo para el matrimonio, y en algunas es una condición previa para disfrutar del derecho de herencia. La necesidad económica también puede impulsar esta práctica, tanto en el caso de las familias que obligan a sus hijas a someterse al procedimiento, como en el caso de quienes la ejercen y viven de ella.
Pese a que la mutilación genital femenina no está respaldada por el islamismo ni el cristianismo, se suele recurrir a supuestas doctrinas religiosas para justificarla. Y aunque la práctica se asocia a menudo con el islam, la mayoría de los grupos islámicos no la practican, mientras sí lo hacen algunas comunidades cristianas, de judíos etíopes y seguidores de ciertas religiones africanas tradicionales.
Sobre todo, la mutilación genital femenina es una práctica cultural. Cuando se considera parte integral de la identidad cultural, hay familias a las que les resulta difícil resistirse a la mutilación de sus hijas.
Las personas que rechazan la práctica se arriesgan a ser objeto de repulsa y ostracismo; y es habitual que se juzgue a sus hijas como no aptas para el matrimonio. Incluso los progenitores que no desean someter a sus hijas a esta práctica pueden sentir que no tienen más remedio que cumplir con la norma social. Esto sucede allí donde la mutilación genital femenina es una costumbre frecuente.