Los Estados Unidos de América
A los 19 años, cuando terminé la relación de dos años con mi novio, este no se lo tomó nada bien. Comenzó a decirme cosas para que siguiéramos hablando, por ejemplo, que tenía familiares que estaban enfermos o muriéndose, pero era todo mentira. Cuando intenté cortar la comunicación, empezó a amenazar con suicidarse. Al ver que esta treta no funcionaba, empezó a amenazar con compartir fotos en las que yo aparecía desnuda. Se las había enviado durante nuestra relación; eran confidenciales, y después de separarnos le pedí que las eliminase en mi presencia, pero él ya había hecho una copia en su computadora. También empezó a tuitear sobre mí sin nombrarme, diciendo que se disponía a "destruir la vida de alguien, y que ese alguien desearía no haberle destruido la vida a él”.
Mis padres y yo acudimos a la policía de mi ciudad y hablé por teléfono con una jueza para obtener una orden de alejamiento. La jueza concedió una orden de alejamiento provisional. Dos meses después de la ruptura, fui al tribunal de familia para solicitar que la hicieran permanente. Llevé conmigo copias de sus mensajes amenazantes. Él se presentó con un abogado, que comenzó a hacer preguntas dejando entender que era yo la que en realidad estaba obsesionada con él. Estaba muy nerviosa, y el juez denegó una orden de alejamiento definitiva, lo cual fue un gran golpe para mí. Durante el mes siguiente, mi ex no se puso en contacto conmigo directamente, pero se presentaba allí donde yo me encontraba, como en el gimnasio, que solía ser un espacio seguro. Los empleados que trabajaban allí propusieron acompañarme hasta el coche cada vez que mi ex estaba por ahí o si me iba tarde por la noche.
Un día, casi cuatro meses después de la ruptura, recibí un mensaje de texto de alguien que decía: “Hola, soy fulanito, de Pornhub”. Supe inmediatamente que eso tenía que ver con mi ex. En ese momento me encontraba en el tren, y recuerdo sentir mucho calor por dentro y temblores mientras me inclinaba sobre el teléfono buscando la página. Había sido creada el día anterior, con ocho de las fotos en que yo aparecía desnuda, y con mi nombre completo, número de teléfono, dirección de mi casa y mensajes diciendo: “Búscame en Facebook” u ofreciéndome a personas para realizar sexo oral. Tenía 43 suscriptores.
Cuando me bajé del tren, fui inmediatamente a la comisaría de policía local. Les dije que necesitaba ayuda para eliminar la página. Me preguntaron si quería que llamaran a mi ex. En lugar de ello, averiguamos cómo conseguir retirar contenidos de Pornhub. Encontré un número de teléfono, desde donde me dirigieron a un formulario en Internet. Afortunadamente retiraron el perfil al cabo de 27 minutos. Me sentí realmente aliviada, pero también estaba aterrorizada por si mi ex publicaba las fotos en las redes sociales. Los agentes de policía llamaron a la misma jueza para que hablara conmigo... pero esa vez no me concedió la orden de alejamiento. Dijo que se necesitaban pruebas para saber si era mi ex quien había publicado las imágenes, y que cuando se envía una fotografía a una persona es como pedir que se ponga en un cartel publicitario. Ese fue el primer caso de culpabilización de la víctima que viví.
La primera vez que lloré fue en esa primera visita a la comisaría, cuando un agente me dijo que yo de alguna manera tenía que encontrar más pruebas de que ese hombre era mi ex. Me puse a llorar. Me di cuenta de que me había reprimido durante mucho tiempo. Tras las diversas negativas que recibí de la policía, me sentía como si me hubieran golpeado una y otra vez.
Desesperada por encontrar a alguien que nos ayudase, mi madre dio con una abogada —Carrie Goldberg—, que era una de las pocas personas que hablaba de “pornovenganza” en aquel entonces, en 2015. Nueva Jersey era uno de los pocos estados en ese momento con una ley que penalizaba la pornografía no consentida, aunque no se estaba aplicando. Carrie estaba decidida a que se hiciese justicia con mi caso, y finalmente me puso en contacto con un fiscal que tenía experiencia en violencia doméstica y delitos en Internet. Él consiguió poner en marcha una investigación penal. Mientras tanto, fui directamente al tribunal de familia para conseguir una orden de protección. El secretario judicial se sorprendió de que no me hubieran concedido ya la orden de alejamiento. Ese día me concedieron la orden provisional y, un mes más tarde, en el tribunal de familia, me concedieron una orden de alejamiento definitiva.