El 15 de noviembre de 2022, seremos un mundo de 8 mil millones de personas.
Es un hito que podemos celebrar y una oportunidad para reflexionar: ¿Cómo podemos crear un mundo en el que los 8 mil millones de personas puedan prosperar?
El aumento de la población es un testimonio de los logros de la humanidad, entre los que se incluyen la reducción de la pobreza y de la desigualdad de género, avances en materia de salud y un mayor acceso a la educación. Como resultado, un mayor número de mujeres sobrevive al parto, más niños sobreviven a sus primeros años y, década tras década, la vida es más larga y de mayor calidad.
Más allá de los promedios, si nos fijamos en las poblaciones de los países y regiones, el panorama tiene muchos más matices y nos lleva rápidamente más allá de las cifras en sí mismas.
Las marcadas disparidades en cuanto a la esperanza de vida apuntan a un acceso desigual a la atención sanitaria, a las oportunidades y a los recursos, así como una carga desigual de violencia, conflictos, pobreza y salud precaria.
Las tasas de natalidad varían de país a país, y mientras algunas poblaciones siguen teniendo un rápido crecimiento, otras están empezando a ralentizarse. Pero lo que subyace a estas tendencias, apunten adonde apunten, es una extendida falta de elección. La discriminación, la pobreza y las crisis —así como las políticas coercitivas que violan los derechos reproductivos de las mujeres y niñas— hacen inaccesibles para demasiadas personas la atención e información en materia de salud sexual y reproductiva, incluida la anticoncepción y la educación sexual.
Como comunidad global, enfrentamos graves desafíos, entre ellos los crecientes impactos del cambio climático, los conflictos en curso y los desplazamientos forzados. Para afrontarlos, necesitamos de países y comunidades resilientes. Y esto implica invertir en personas y hacer que nuestras sociedades sean inclusivas de modo que todas las personas gocen de una calidad de vida que les permita prosperar en nuestro mundo en transformación.
Para desarrollar resiliencia demográfica, tenemos que invertir en mejores infraestructuras, educación y atención sanitaria y garantizar el acceso a la salud y los derechos sexuales y reproductivos. Tenemos que eliminar de manera sistemática las barreras —basadas en género, raza, discapacidad, orientación sexual o situación migratoria— que impiden que las personas accedan a los servicios y oportunidades que necesitan para prosperar.
Tenemos que repensar los modelos de crecimiento y desarrollo económico que han llevado al consumo excesivo y han alimentado la violencia, la explotación, la degradación medioambiental y el cambio climático y es necesario garantizar que los países más pobres —que no crearon estos problemas y, sin embargo, son los que más sufren sus efectos— tengan los recursos para desarrollar la resiliencia y el bienestar en sus crecientes poblaciones.
Tenemos que comprender y anticipar las tendencias demográficas para que los gobiernos puedan adoptar políticas informadas y asignar los recursos con el fin de dotar a sus poblaciones de las habilidades, herramientas y oportunidades adecuadas.
Pero, aunque las tendencias demográficas pueden ayudar a orientar las decisiones políticas que tomamos como sociedades, hay otras decisiones —entre ellas, si tenemos o no hijos y cuándo los tenemos— que la política no puede dictar porque pertenecen a cada individuo.
Este derecho a la autonomía corporal subyace al abanico completo de derechos humanos y forma la base para sociedades resilientes, inclusivas y prósperas que pueden abordar los desafíos de nuestro mundo. Cuando nuestros cuerpos y nuestro futuro son nuestros, somos #8MilMillonesMásFuertes.