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Violencia sexual y conflicto en Sudán: Una guerra contra el cuerpo de las mujeres y las niñas
- 18 Junio 2024
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DARFUR/JARTUM, Sudán - Aisha* perdió a sus padres el año pasado, con tan sólo 17 años. «Me quedé sola en casa. No podía ponerme en contacto con ninguno de mis familiares porque la situación era extremadamente tensa» declaró al UNFPA, el organismo de las Naciones Unidas encargado de la salud sexual y reproductiva.
«Posteriormente, una milicia armada se hizo con el control de mi barrio [en Jartum], convirtiéndolo en una fortaleza y restringiendo todos los movimientos».
El conflicto en Sudán se lleva prolongando más de un año y se ha convertido en una catástrofe humanitaria. Se calcula que hasta 12 millones de personas han huido de sus hogares, 2 millones de ellas a países vecinos inestables, y la hambruna se cierne sobre múltiples zonas. Se han multiplicado los informes sobre atroces actos de violencia sexual, esgrimidos como arma para aterrorizar a las comunidades y ejercer el control.
Aisha sólo salía de su casa para buscar suministros esenciales y alimentos. «Aunque los soldados me veían moverme, al principio no me acosaron ni me hicieron daño».
«Un día, dos soldados vinieron a comprobar quién seguía en la zona. Llamaron a mi puerta y me preguntaron si había alguien más en casa. Aterrorizada, les dije que estaba sola. Parecía que buscaban combatientes y se marcharon».
Pero regresaron más tarde, esta vez sin llamar a la puerta. «Entraron y me apuntaron con una pistola. Me dijeron que no gritara ni dijera nada y empezaron a quitarme la ropa. Un soldado sostenía el arma mientras el otro me violaba, y luego se turnaban».
Una huida hacia la seguridad
Sin embargo, el horror no terminó ahí para Aisha.
«Al día siguiente, volvieron con dos soldados más y repitieron la agresión». No se marcharon de la casa de Aisha durante cuatro días. Cuando por fin se fueron, ella escapó a casa de una amiga. «Mis amigas se preparaban para marcharse; no les conté lo que me había ocurrido y viajamos juntas al estado de Kassala».
En todo el mundo, la violencia sexual en conflictos ha alcanzado niveles sin precedentes. Sin embargo, las agresiones denunciadas son sólo una pequeña parte de la cifra real, ya que muchas supervivientes no denuncian por miedo a sufrir estigma, represalias o ser revictimizadas. A menudo no hay ningún lugar donde denunciar los delitos, ya que los mecanismos de protección y el sistema sanitario están prácticamente destruidos.
Para Aisha, la situación no hizo más que complicarse. «En Kassala descubrí que estaba embarazada», cuenta al UNFPA. «La familia de mi amiga había decidido marcharse, pero cuando se enteraron se negaron a llevarme con ellos. Sola y sin conocer a nadie, intenté quedarme en un campamento de desplazados, pero me rechazaron».
Sin medios para cuidar de sí misma ni ningún lugar donde buscar refugio o atención sanitaria, Aisha se sentía cada vez más angustiada.
«Aquellos días fueron increíblemente duros, incluso intenté suicidarme. Un día, una familia me habló de un espacio seguro para mujeres y niñas en Kassala y me sugirió que podrían ayudarme. Cuando llegué, vi a un médico y a un psicólogo. Hicieron que me enviaran a un hospital y me dieron algo de dinero y alojamiento temporal».
El espacio seguro es uno de los 64 que apoya el UNFPA en todo Sudán y que proporcionan atención médica, refugio y asesoramiento a las supervivientes de la violencia de género. Aunque Aisha encontró ayuda y acceso a la sanidad, ahora que se acerca la fecha del parto necesita urgentemente apoyo a largo plazo. «Voy a estar sola con mi hijo, sin dinero y sin un lugar adonde ir».
Consecuencias devastadoras
En Darfur, Nisreen* y su hija de 14 años sufrieron un emboscada por parte de unos hombres armados mientras recogían leña. A pesar de sus intentos por proteger a su hija, Nisreen contó al UNFPA lo siguiente: «Los soldados me atacaron hasta que me desmayé, luego violaron a mi hija antes de huir. Algunos aldeanos nos descubrieron y nos llevaron corriendo al centro sanitario más cercano».
«Cuando me desperté, me di cuenta de que no podía mover las piernas. Los exámenes médicos confirmaron que mi sistema nervioso había sufrido daños irreversibles; soy parapléjica».
El UNFPA trasladó a Nisreen y a su hija a un espacio seguro y les proporcionó atención sanitaria clínica y psicológica tras la violación. Su hija también se sometió a una operación de reparación de fístula por un desgarro interno que sufrió durante la agresión.
Se calcula que 6,7 millones de personas corren riesgo de sufrir violencia de género en Sudán, y las mujeres y niñas desplazadas, refugiadas y migrantes son especialmente vulnerables. La mayoría de los centros sanitarios de las zonas afectadas por conflictos han sido destruidos, saqueados o tienen dificultades para seguir funcionando porque el personal está desplazado y los medicamentos y suministros se están agotando.
El año pasado, el UNFPA prestó servicios de respuesta a la violencia de género a más de 600.000 personas y ayudó a otras 112.000 a acceder a servicios médicos y de salud sexual y reproductiva; pero se necesita mucho más ya que la crisis se agrava día a día.
Después de su tratamiento, Nisreen y su hija recibieron una subvención para poner en marcha su propio pequeño negocio; montaron un quiosco en su pueblo para vender productos alimenticios, allanando el camino hacia un nuevo comienzo a pesar de los horrores a los que se habían enfrentado.
«Pensé que era el final para nosotras, pero encontramos un rayo de esperanza en los lugares más inesperados», dijo Nisreen. «Abrir el quiosco fue un punto de inflexión: nos dio un propósito y los medios necesarios para mantenernos. Encontramos una forma de seguir adelante».
*Los nombres se han modificado por motivos de privacidad y protección