Los índices mundiales de matrimonio infantil se van reduciendo lentamente. Los datos recientes muestran que en los últimos 25 años se han evitado 68 millones de matrimonios infantiles. Hacia el año 2000, una de cada tres mujeres de entre 20 y 24 años informó que se había casado cuando aún era niña. La cifra en 2021 era de alrededor de una de cada cinco mujeres.
No obstante, los avances han sido desiguales y el matrimonio infantil no disminuye lo suficientemente rápido. Debido al crecimiento de la población en las regiones en que prevalece el matrimonio infantil, así como a las repercusiones socioeconómicas de la COVID-19, se prevé que para 2030 aumente el número total de matrimonios infantiles en el mundo. Para cambiar esta tendencia debemos acelerar nuestras acciones para poner fin al matrimonio infantil.
El costo de poner fin al matrimonio infantil podría ser sorprendentemente asequible. En 2019, el UNFPA publicó un estudio conjunto con la Universidad Johns Hopkins, en colaboración con la Universidad Victoria, la Universidad de Washington y Avenir Health, en el que se evaluaba el costo para poner fin al matrimonio infantil en 68 países que representan alrededor del 90% de casos de ese tipo de matrimonio. Los investigadores concluyeron que poner fin a esta práctica en dichos países de aquí a 2030 supondría solo 35 mil millones de dólares; unos 600 dólares por cada niña casada.
Deben aplicarse las leyes vigentes contra el matrimonio infantil, especialmente cuando las niñas en riesgo de contraer matrimonio infantil, o que ya están casadas, buscan protección y justicia. En todo caso, la edad legal para contraer matrimonio debería elevarse a los 18 años sin excepciones. No obstante, las leyes sólo proporcionan el marco para la acción contra el matrimonio infantil. Es poco probable que las prácticas que las personas consideran aceptables desaparezcan sólo debido a la promulgación de leyes. Abordar las arraigadas normas sociales de género que consienten el matrimonio infantil requiere cambios sociales más amplios para erradicar por completo esta práctica.
Los gobiernos, la sociedad civil y otros asociados deben aunar sus esfuerzos para garantizar que las niñas tengan acceso a una educación de calidad, oportunidades económicas y medios de subsistencia, información y servicios sanitarios, educación sexual integral y formación en aptitudes para la vida. Las niñas que son capaces de permanecer en la escuela y mantenerse sanas disfrutan de un abanico más amplio de opciones y es más probable que puedan evitar el matrimonio infantil.
También es muy importante que las niñas que ya están casadas o en pareja reciban apoyo. Estas niñas necesitan servicios de salud sexual y reproductiva con el fin de evitar embarazos precoces e infecciones de transmisión sexual, como el VIH. A aquellas que queden embarazadas se les debe facilitar el acceso a cuidados adecuados durante todo el período de gestación, parto y posparto y, en caso de que así lo requieran, se les debe apoyar para que regresen a la educación formal o no formal y que estén protegidas contra otras formas de violencia y coacción.
En su conjunto, todas estas medidas se traducirán en mayor autonomía corporal para las niñas, que ejercerán mayor control sobre sus vidas, así como en familias más sanas y con mayores niveles de igualdad de género, lo que a su vez dará lugar a sociedades más fuertes y economías más dinámicas. Ninguna sociedad puede permitirse enfrentar la pérdida de oportunidades, el desperdicio de talento o la devastación personal que causa el matrimonio infantil.