Lo importante no es la cantidad, sino la calidad de vida
La población mundial alcanzó la cifra de 8.000 millones en noviembre de 2022. ¿Qué piensa la sociedad en general sobre esta cifra récord de personas en el planeta y cómo les afecta en cuanto que individuos? ¿Qué repercusiones tiene sobre sus comunidades y naciones?
Entre las personas entrevistadas, había varias procedentes de los Estados Árabes, una región con una tasa de fecundidad superior a la media (2,8 nacimientos por mujer, frente a la media mundial de 2,3) en un contexto de escasez de agua, aceleración de la desertificación (Abumoghli y Goncalves, 2019), y crisis humanitarias frecuentes. ¿Han afectado estas tendencias a la percepción de la ciudadanía respecto al crecimiento demográfico? ¿Han influido en su decisión sobre si tener hijos o no?
Una mujer, Rama (nombre ficticio), respondió afirmativamente. “No quiero traer un niño al mundo en estas condiciones”, explica esta mujer siria, de 30 años. “Hay demasiadas cosas que me preocupan, empezando por la integridad personal y la seguridad económica”.
En su opinión, la población de Siria ya es demasiado numerosa para los servicios disponibles. El conflicto ha debilitado la red de protección social. Añade que hay muchas personas en situación precaria que tienen hijos y no disponen de los medios necesarios para atenderlos. “Todo el mundo tiene derecho a tener un hijo, pero quizás es mejor esperar a que se den las condiciones adecuadas”. Rama espera poder adoptar algún día a uno de los muchos niños que han quedado huérfanos o han sido víctimas de abandono en el país.
Said (nombre ficticio), de 45 años, señala que la población de Omán puede parecer pequeña si se compara con la de otros países de la región, pero está creciendo muy rápido y parece que las personas con menos recursos son quienes tienen más hijos. No cree que esto sea un problema, siempre que la economía del país se mantenga lo bastante fuerte como para crear empleo, especialmente para los trabajadores no cualificados. “Me preocupa lo que puede pasar si la economía entra en recesión y la gente pierde su trabajo”, explica. “También me preocupa la repercusión que puede tener sobre la estabilidad el hecho de que haya muchos jóvenes desempleados”.
Una de las conclusiones más destacadas es que las ansiedades en torno al tamaño de la población suelen estar relacionadas con la capacidad de que todo el mundo acceda a una buena calidad de vida.
Khaled, de 51 años, señala que el problema en su país, el Yemen, es que el crecimiento demográfico supera al “aumento del desarrollo”. Explica que, ahora mismo, el porcentaje de población en edad de trabajar en su país es elevado y crece rápidamente, por lo que, en su opinión, el crecimiento económico del país podría acelerarse si los jóvenes pudiesen acceder a educación, atención sanitaria y empleos dignos. Afirma que es imprescindible fomentar, específicamente, la participación de las mujeres en el desarrollo del país. “Por lo tanto, nuestra población puede ser un factor positivo”, concluye.
La juventud abre nuevos caminos
Hoy en día, cerca de 1 de cada 6 habitantes del planeta tiene entre 15 y 24 años y la población joven aumenta con rapidez, sobre todo en África Subsahariana. Esta tendencia inquieta a algunos encargados de formular políticas, que solo ven las posibilidades de que conduzca a episodios de violencia y agitación política. Según The Missing Peace, un estudio independiente de los progresos logrados en relación con la agenda de juventud, paz y seguridad de las Naciones Unidas, los sempiternos estereotipos negativos en torno a la juventud presentan a este grupo de la población como un problema que necesita solución y una amenaza que debe refrenarse (Simpson, 2018).
Sin embargo, en vez de suponer un problema, hoy por hoy los jóvenes de todo el mundo representan una parte cada vez más importante de la solución. El estudio de las Naciones Unidas afirma que, mediante acciones creativas y “medidas de presión sin complejos”, la juventud pone en tela de juicio el statu quo en numerosos sectores. Su creatividad ha redefinido la cultura y las artes. Los movimientos juveniles abogan por la diversidad y los derechos humanos. La energía de su activismo se ha convertido en un antídoto contra la desesperación.
“Nunca antes se había impulsado tanto la agenda de la juventud a nivel internacional”, afirma Idil Üner, que tiene 24 años y dirige una iniciativa emblemática de la Oficina de la Enviada del Secretario General para la Juventud que brinda reconocimiento a jóvenes extraordinarios que han asumido un papel de liderazgo con respecto a los ODS. Üner explica que, a lo largo y ancho del mundo, la juventud está cambiando las cosas pese a que casi nunca están presentes en los círculos donde normalmente se toman las decisiones normativas.
Si bien casi la mitad de la población del planeta tiene menos de 30 años, la edad promedio de los dirigentes políticos es 62 años (Oficina de la Enviada del Secretario General para la Juventud de las Naciones Unidas, 2022). En algunos países, la edad mínima para presentar una candidatura a un cargo político se ha fijado en los 40 años. Por consiguiente, quienes promulgan la mayor parte de las leyes tienen una cosmovisión radicalmente distinta a la quienes han crecido con otros 8.000 millones de personas en un contexto de rápida evolución, plagado de crisis y basado en Internet.
“En las generaciones que nos precedieron, el poder era algo exclusivo, jerarquizado, burocrático, formal e institucional”, comenta Üner. “Pero en la actualidad, para la mayoría de la gente joven significa transparencia, no opacidad. Lo conciben como algo fluido, sin una estructura jerárquica. El poder reside en las movilizaciones… En muchos sentidos, la juventud ya está dando forma a su futuro al reinventar el funcionamiento de nuestros sistemas y al exigir que, dentro de ellos, el poder se reparta de verdad”.
A modo de ejemplo, Gibson Kawago es emprendedor en el sector climático, una figura popular en la radio y mentor de jóvenes en la República Unida de Tanzanía; tiene 24 años y afirma: “Todos los jóvenes tienen que encontrar un problema que afecta a su sociedad y proponer un remedio. Es el camino más fácil para que demos con soluciones de cara al futuro”.
Cuando tenía 14 años inventó una batería solar con la intención de ayudar a los habitantes de su aldea, que no disponía de electricidad. Años más tarde, y con la colaboración de una incubadora de empresas, inauguró su propio negocio —WAGA TANZANIA—, que se dedica a reciclar baterías de iones de litio y a fabricar productos duraderos y asequibles que funcionan con pilas. Desde 2019, WAGA ha reciclado más de 3.100 baterías de este tipo y ha generado 32 puestos de trabajo a la vez que evita que estos materiales peligrosos se desechen en el entorno. Por si fuera poco, el carácter resuelto de Kawago y sus mensajes de empoderamiento llegan a unos 12 millones de radioyentes.
Otro líder juvenil con una influencia sensacional es Paul Ndhlovu, que tiene 24 años y procede de Zimbabwe. En Zvandiri (que significa “tal como soy” en el idioma local), una organización que facilita apoyo a jóvenes seropositivos bajo la dirección de personas en la misma situación, ha preparado cerca de 100 programas de radio a lo largo de los últimos diez meses que se han retransmitido a alrededor de 180.000 personas. Ndhlovu ha sido testigo de cambios normativos basados en esas emisiones y la labor de promoción de la organización, y recalca que es el resultado del trabajo colectivo.
Estas historias dejan entrever lo mucho que la juventud puede conseguir si se respalda su talento y se los incluye en el proceso de toma de decisiones. Tal y como indica Üner: “A fin de cuentas, somos los principales afectados por las decisiones que tomemos —o dejemos de tomar— hoy”.
Con el uso encubierto de anticonceptivos, las mujeres disputan el poder que los hombres ejercen sobre las decisiones relativas a la maternidad
Durante sus rondas en una zona rural de Etiopía, la agente de divulgación sanitaria Amsalu hace visitas domiciliarias para repartir anticonceptivos entre las mujeres que no tendrían acceso a ellos de no ser por su labor. En la mayoría de los casos, el marido de la usuaria sabe que utiliza anticonceptivos, pero no siempre es así.
“Estas mujeres tienen ya tres o cuatro hijos”, comenta Amsalu, que tiene 36 años y empezó a trabajar en este campo hace 14. “Esconden los anticonceptivos porque el marido quiere tener más hijos, pero ellas ya han llegado a su límite o quieren dejar pasar algo de tiempo”.
Se calcula que el 7% de las mujeres casadas de Etiopía que usan anticonceptivos lo hacen de manera encubierta (PMA Ethiopia, s. f.). Sin embargo, no es un fenómeno exclusivo de este país, sino que también lo encontramos en otros muchos; según las estimaciones recientes, la proporción en África Subsahariana oscila entre el 5% de Kano (Nigeria) y más del 16% en Burkina Faso (Sarnak et al., 2022).
Normalmente, las mujeres optan por la anticoncepción encubierta debido a que el marido está en contra. Algunos hombres creen que si una mujer usa anticonceptivos es porque tiene una aventura amorosa. Otros se oponen porque piensan que son perjudiciales para la salud de la esposa o sus creencias religiosas no los permiten. También hay otros que prefieren que su mujer no deje de tener hijos. En muchos países, las mujeres suelen tener menos poder de decisión en el terreno de la salud (Smith et al., 2022), lo que quiere decir que si el marido prohíbe a la mujer recurrir a los anticonceptivos, tal vez solo tenga dos opciones: renunciar a ellos o utilizarlos de forma encubierta.
Amsalu cuenta que las mujeres de su zona prefieren los anticonceptivos inyectables porque duran tres meses y no se ven. Por otro lado, según Gelila, que proporciona servicios de planificación familiar, las mujeres de la capital del país que tienen que esconder los anticonceptivos prefieren los implantes y dispositivos intrauterinos. “Es posible que nos pidan ocultar la cicatriz del implante para que el marido no se dé cuenta”, afirma.
“Las mujeres esconden los anticonceptivos porque tienen miedo”. Dependen del marido y temen lo que pasaría si las descubren. Las consecuencias abarcan desde el divorcio a actos violentos. Gelila continúa: “Me acuerdo de una vez que un hombre trajo a su esposa a la clínica y me exigió que le quitara los implantes en el acto”.
Según Shannon Wood, una investigadora de la Universidad Johns Hopkins que analiza los determinantes sociales de la salud femenina, la violencia de género y los resultados desfavorables de salud sexual y reproductiva, algunas mujeres prefieren aun así el uso encubierto en respuesta a la “coacción gestacional” pese a los riesgos que eso entraña. Se cree que 1 de cada 5 mujeres etíopes de entre 15 y 49 años han sufrido coacción gestacional, que consiste en que el marido prohíba cualquier tipo de planificación familiar, le quite los anticonceptivos a la esposa, amenace con dejarla si no se queda embarazada o la golpee si no quiere tener hijos, entre otras cosas (Dozier, et al., 2022).
A pesar de que el uso encubierto de anticonceptivos sigue siendo una realidad en la capital del país y las zonas rurales, Gelila y Amsalu comentan que es menos frecuente que hace 10 o 20 años. “Los hombres de hoy son más abiertos y comprensivos”, opina Amsalu.
“Lo ideal es que las parejas hablen sobre los anticonceptivos”, añade Gelila. “Si eso no soluciona las cosas, la mujer puede tomar las riendas y utilizarlos incluso si su marido no está de acuerdo. Es muy empoderante que haga lo necesario para quedarse embarazada en el momento que considere o dejar pasar más tiempo entre embarazos”.
La planificación familiar: una estrategia de supervivencia frente al cambio climático
Para algunas mujeres, la planificación familiar es una cuestión de vida o muerte. Si no hay dinero para dar de comer a más niños, no dejar que la familia crezca es uno de los recursos a los que las mujeres pueden echar mano para sobrellevar la situación. Es el caso de Pela Judith, que vive en la región del Gran Sur (Madagascar), una zona que ahora atraviesa la sequía más grave de los últimos 40 años (Kouame, 2022).
“Antes cultivaba mandioca y cereales. Los niños iban a clase mientras nosotros trabajábamos la tierra”.
Es una época que, a sus 25 años, prácticamente ya no recuerda. “Las sequías han cambiado muchas cosas. Ahora todo se ha vuelto muy caro: la comida, el agua… Tuvimos que sacar de la escuela a dos de mis hijos”.
La sequía ha provocado una gran escasez de alimentos que afecta a más de un millón de personas. Para Pela Judith, vino de la mano de otra tragedia: su marido quedó paralizado parcialmente a raíz de una enfermedad. Vendieron sus terrenos para pagar el tratamiento y se trasladaron a la ciudad a fin de buscar trabajo. Ahora Pela Judith, que lava ropa y acarrea agua a cambio de dinero, es el único sostén de la familia. Considera que, en sus circunstancias, los anticonceptivos son imprescindibles: “No puedo ni alimentar a mis cuatro hijos, así que tener otro más ya no entra en mis planes”.
No es la única en esta situación: muchas mujeres deciden controlar el tamaño del hogar en vista de la catástrofe climática (Staveteig et al., 2018). Sin embargo, no todas toman el mismo camino. Hay indicios de que, mientras que algunas mujeres de Bangladesh y Mozambique preferían no tener hijos porque no podían garantizar que sobrevivieran, otras querían tener una familia más numerosa —como mínimo, otro niño más— porque se veía como una forma de contribuir a la seguridad del hogar (IPAS, s. f.).
Depender de un hombre nunca fue una opción para Volatanae, que tiene 43 años. Es vendedora ambulante en Majunga (Madagascar), una ciudad a más de 1.500 kilómetros de sus cuatro hijos, que viven con los abuelos maternos. El padre los abandonó, así que Volatanae carga con toda la responsabilidad de ganar dinero para enviarlo a casa de sus padres y que así los niños tengan para comer.
En Majunga empezó una relación con un hombre que resultó ser un maltratador. “No dejaba de pegarme. Por su culpa no oigo bien por el oído izquierdo ni por el derecho; tampoco veo muy bien con el ojo izquierdo”. Las lesiones hacen que llegar a fin de mes sea muy difícil. Para ella, los anticonceptivos son vitales tanto de cara a su propio futuro como al de sus hijos.
“Con las sequías que sufrimos, ¿cómo iba a criar a otro niño? Ya me cuesta muchísimo alimentar a los cuatro que tengo. Desde que empezaron las sequías, tengo mucho miedo de volver a quedarme embarazada… Menos mal que aquí todavía hay planificación familiar”.
Atraer a los repatriados de los Balcanes
Al hablar de “repatriados”, nos referimos a personas que vuelven a sus países de origen después de haber emigrado. En algunas partes de Europa Central y Oriental —una región sometida a presión debido a las bajas tasas de natalidad y mucha emigración (Armitage, 2019)— se están tomando medidas para intentar convencer a los emigrantes de que vuelvan a casa, con la esperanza de que la población aumente y se desarrolle la resiliencia demográfica.
La diáspora balcánica, por ejemplo, cuenta con muchos miembros. Se estima que el 53% de las personas nacidas en Bosnia y Herzegovina, el 45% de las personas nacidas en Albania y el 12% de las personas nacidas en Serbia viven fuera de sus países (Portal de Datos Mundiales sobre la Migración, 2021), por lo que no es de extrañar que los gobiernos incentiven su regreso. El programa “Elijo Croacia” ofrece subvenciones de hasta 26.000 € a los croatas que decidan volver y abrir un negocio (Hina, 2022). Por su parte, Serbia cuenta con una sofisticada combinación de desgravaciones fiscales, ayudas a las empresas emergentes y modernos parques tecnológicos, mientras que el programa PARE 1+1 de Moldova iguala las inversiones privadas realizadas por los retornados para poner en marcha nuevas empresas (ODA, 2013).
“Me beneficié de tres programas distintos en Moldova”, explica Irina Fusu, una cirujana dental que volvió tras cinco años en Rusia. “No fue solo una cuestión de dinero. Soy médica y no sabía nada sobre gestión, pero pude acceder a cursos de administración de empresas que ofrecía el Gobierno”. Su clínica dental, Da Vinci, ganó el premio a la “mejor clínica dental” en 2020.
Pero no solo los gobiernos nacionales ayudan a la gente a volver. El objetivo de “Returning Point”, una organización no gubernamental de Serbia, es crear un entorno favorable para los repatriados. “Cuando decidí volver a Serbia, me puse en contacto con Returning Point”, dice Ivana Zubac, una interventora financiera que vivió 20 años en Europa Occidental. “Me dieron la oportunidad de ver cómo eran las cosas aquí y he ganado mucho en calidad de vida”. Ahora, Zubac actúa como mentora de otras personas que acaban de volver al país.
Jelena Perić, una enfermera pediátrica, dejó Múnich, donde trabajaba desde 2011, para regresar a Serbia. En su caso, la ayuda llegó desde otro lugar: el Organismo Alemán de Cooperación Internacional (GIZ). “Quería ofrecer a las familias información sobre la lactancia materna, que no es muy popular en Serbia”, afirma.
También hay muchos países que buscan soluciones a largo plazo. Si las personas tienen un buen nivel de vida, un trabajo seguro y con perspectivas de futuro, un buen sistema educativo para sus hijos, una atención sanitaria de calidad y un entorno favorable, tendrán menos motivos para irse al extranjero.
Senad Santic opina que un sector privado más fuerte ayuda también a retener a jóvenes talentos. Es el director de ZenDev, una empresa de tecnologías de la información con sede en Mostar (Bosnia y Herzegovina) y cree que las oportunidades laborales que ofrecen ZenDev y otras compañías tecnológicas parecidas ayudan a evitar que la gente joven emigre.
“La idea”, explica Santic, “es que las condiciones del país sean lo bastante buenas como para que nadie quiera marcharse”.
Las expectativas sobre el papel de la mujer en su vida personal y profesional arrastran las tasas de fecundidad y nupcialidad a mínimos históricos
“Si encuentro a una persona que comparta mi idea del matrimonio y que me respete, me gustaría casarme”, afirma Yeon Soo, una médica de 35 años que reside en Gyeonggi-do, en la República de Corea. “Pero no siento la necesidad de hacerlo si no es en esas condiciones”.
Su caso no es único. En Corea, hay cada vez menos matrimonios. La Asociación Coreana para la Población, la Salud y el Bienestar realizó una encuesta entre personas de 30 años y concluyó que el 30% de las mujeres —y el 18% de los hombres— afirmaron no querer casarse en el futuro. A día de hoy, la tasa de nupcialidad es, aproximadamente, dos tercios inferior que en la década de 1980 (Ki Nam Park, comunicación personal). Quienes se casan, lo hacen, además, más tarde. En los ochenta, la edad media de los hombres al contraer matrimonio era de 27 años y la de las mujeres, de 24. Actualmente, es de 33 y 31, respectivamente.
¿A qué se debe esta tendencia? Como señalaba Yeon Soo, uno de los motivos es que a las mujeres les preocupa tener que renunciar a su carrera para convertirse en madres a tiempo completo y verse obligadas a asumir toda la carga de las labores domésticas y el cuidado de los niños. “Para mí, lo más importante en el matrimonio sería que mi pareja respetase plenamente mi carrera y me diese todo su apoyo”, explica. “Aquí, en Corea, el estatus de la mujer puede cambiar una vez casada. Deja de ser una mujer para convertirse en la esposa, la madre o la nuera de alguien”.
La opinión de Yeon Soo es parecida a la de miles de mujeres coreanas que rechazan la visión tradicional del matrimonio como una obligación que acarrea la responsabilidad de formar una familia, ocuparse de la casa y actuar como una nuera obediente, y que tienen cada vez más claro que el matrimonio es solo una opción y que no debería implicar sacrificar sus títulos universitarios ni su vida profesional.
La inestabilidad de un mercado laboral en el que gran parte de las personas jóvenes, especialmente las mujeres, solo pueden acceder a trabajos a tiempo parcial o temporales, tiene parte de la culpa de que cada vez haya menos matrimonios y de que sean más tardíos, explica Ki Nam Park, secretaria general de la Asociación Coreana para la Población, la Salud y el Bienestar. “En torno al 72% de las mujeres tienen, al menos, un título universitario”, afirma. “Creo que el aumento en la edad del primer matrimonio refleja una tendencia social por la que las personas jóvenes invierten más tiempo en su formación académica y en prepararse para su carrera profesional, ya que su prioridad es encontrar y mantener un buen trabajo”.
Al haber menos matrimonios y ser estos más tardíos, hay menos niños. En la República de Corea, al contrario que en muchos otros países desarrollados, tener hijos es algo restringido casi en exclusiva al matrimonio, explica Park. Así pues, con las tasas de nupcialidad en mínimos históricos, la tasa global de fecundidad del país es la más baja del mundo: 0,81.
La disminución de los nacimientos inquieta a algunos encargados de formular políticas, ya que acarrea un rápido envejecimiento de la población y costear los servicios y atención médica que esto conlleva “supondrá una pesada carga para las generaciones más jóvenes”, afirma Park. “Si se reduce la población total, también lo harán la producción y el consumo, lo que ocasionará una contracción de la economía y, finalmente, caerá la vitalidad de la sociedad”.
El descenso de las tasas de fecundidad y nupcialidad del país está interrelacionado con las distintas actitudes hacia el trabajo, la crianza y las tareas domésticas según el género. El aumento de oportunidades fuera del matrimonio —no solo en el mercado laboral, sino en la sociedad en general— junto con el mayor coste que supone criar a un niño hoy en día implica que el “paquete tradicional” asociado al matrimonio, que incluye que la mujer deje su trabajo y se quede en casa criando a los hijos mientras el hombre dedica muchas horas al trabajo remunerado y muy pocas a las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, ya no resulte atractivo para una mayoría de mujeres jóvenes, especialmente para aquellas con un alto nivel educativo, según un reciente estudio realizado por la OCDE sobre los vertiginosos cambios que está experimentando la sociedad en la República de Corea (OCDE, 2019). Dado que los nacimientos siguen estrechamente asociados al matrimonio, señala el estudio, los obstáculos a los que se enfrentan las personas jóvenes para encontrar pareja mientras se afianzan en el mercado laboral contribuyen también al descenso de la fecundidad.
La República de Corea no es el único país en el que el hecho de que haya cada vez menos matrimonios y estos sean más tardíos va de la mano con un descenso de la natalidad. En el Japón, las tasas de nupcialidad están también en mínimos históricos y el 25% de las mujeres con edades comprendidas entre los 30 y los 39 años no tiene ninguna intención de casarse (Gobierno del Japón, 2022). Entretanto, el promedio de nacimientos por mujer es de 1,3.
Al igual que sus homólogas coreanas, muchas jóvenes japonesas dicen que quizás —o quizás no— se casen y tengan hijos, porque no quieren abandonar su carrera para hacerse cargo de los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados.
“Me quiero casar algún día, pero solo en determinadas condiciones”, afirma Hideko, una administrativa de 22 años de Tokio. “Me gustaría conservar mi trabajo, así que mi pareja y yo tendríamos que compartir las tareas domésticas y la crianza”, añade.
Para muchas mujeres que se plantean casarse, los costos de oportunidad son muy altos, explica Sawako Shirahase, experta en demografía social y vicerrectora sénior de la Universidad de las Naciones Unidas con sede en Tokio. Normalmente, las mujeres solo tienen dos opciones entre las que elegir. “O eliges A o eliges B: o conservas tu trabajo o cuidas de tu familia”.
No obstante, Shirahase dice que las cuestiones económicas también son un factor de peso a la hora de tomar una decisión sobre el matrimonio y los hijos. La gente joven prefiere no casarse ni tener hijos hasta que se lo puede permitir, un objetivo cada día más difícil de alcanzar, dado que gran parte de la juventud se encuentra en situación laboral precaria. “Tener hijos y criarlos es muy caro en el Japón”, señala Shirahase. “El coste de enviar a los niños a buenos colegios suele ser demasiado alto para las familias que solo tienen una fuente de ingresos”.
Por otra parte, si ambos progenitores trabajan para que los niños puedan acceder a buenos colegios, reflexiona, “¿quién se ocupa de ellos y de las tareas domésticas? Normalmente, se espera que sea la mujer quien asuma todas las responsabilidades familiares por sí sola”.
Cuando las parejas consideran que están preparadas para casarse y formar una familia, es posible que ya sea demasiado tarde para tener niños. En el Japón, casi una de cada cuatro parejas se ha sometido a pruebas o tratamientos de fertilidad, según datos extraídos de la encuesta sobre fertilidad en el país (Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, 2022). Además, hay mujeres de entre 40 y 49 años que quizás no lleguen a tener la oportunidad de formar una familia, ya que es posible que muchos hombres no se quieran casar con una mujer que crean que ya no puede tener hijos.
Tanto en el Japón como en la República de Corea, los encargados de formular políticas han aprobado desgravaciones fiscales y han tomado otras medidas —como la ampliación del acceso a servicios de guardería asequibles— para ayudar a las parejas que quieran tener hijos. Sin embargo, es posible que se tarde varias generaciones en suprimir algunos de los obstáculos que hay que superar para casarse o formar una familia. Según Shirahase, para conseguirlo, en el Japón será ineludible cambiar algunas costumbres muy arraigadas, además de los sistemas económicos, para así avanzar hacia la igualdad de género y facilitar la búsqueda de equilibrio entre la vida profesional y la personal.
Natsuko, una partera de 32 años de Yokohama, dice que, algún día, le gustaría tener una pareja e hijos, pero añade que el matrimonio y la crianza tendrían un gran impacto sobre su proyecto profesional. “Los hombres no se enfrentan a esta situación”, abunda.
Del mismo modo, en la República de Corea, la doctora Park señala que es necesario un “clima social que fomente la implicación de los hombres en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos”. Al mismo tiempo, la discriminación por razón de género en el trabajo y los salarios forman también parte del problema, añade.
Saori Kamano, socióloga del Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social del Japón, dice que no se puede obligar a la gente a casarse y tener hijos, por lo que “hay que transformar los sistemas y las instituciones, además de las normas”, empezando por cambiar la actitud con respecto a los roles de género. “Nos va a llevar mucho tiempo, pero la última encuesta sobre fertilidad en el país muestra algunos indicios de cambio”.
Lugares de trabajo adaptados a las necesidades familiares para potenciar la resiliencia demográfica
Cuando Diana Donțu, de la República de Moldova, supo que estaba embarazada de trillizos, le pidió a su jefe una modalidad de trabajo flexible. Él aceptó, ya que esta opción se había popularizado durante la pandemia de COVID-19 y, desde el punto de vista económico, era una decisión acertada retener a una empleada cualificada. Tras el parto, Donțu trabajó desde casa y, luego, empezó a ir a la oficina tres días a la semana, donde ejercía como directora ejecutiva de Panilino, una empresa de repostería. “Sin estas políticas, habría tenido que buscar otro trabajo o dejar de trabajar”, afirma.
Cuando sus hijos crecieron, Donțu pudo enviarlos a una nueva guardería en las mismas oficinas de Panilino. “Ahora, si le pasa algo a alguno de mis hijos mientras estoy en el trabajo, solo tengo que pasarme a verlo”, explica.
En esta región, donde las mujeres suelen tener que elegir entre su carrera profesional y la familia, su experiencia es una excepción, no la regla. Una encuesta realizada recientemente en la República de Moldova concluyó que 9 de cada 10 mujeres con hijos menores de tres años se quedan en casa (UNFPA y Ministerio de Trabajo y Protección Social de la República de Moldova, 2022). La escasez de políticas “favorables a la familia” en la República de Moldova ha tenido importantes repercusiones: las personas no tienen tantos hijos como querrían, lo que ha reducido las tasas de natalidad. A esto, hay que sumar que las empresas, que ya tienen problemas para encontrar personal debido a la emigración, no pueden contar con los conocimientos y la experiencia de las mujeres que no consiguen reincorporarse a la población activa tras convertirse en madres.
Mediante un programa financiado por Austria y orientado a impulsar la implantación de políticas de familia con perspectiva de género en la República de Moldova y los Balcanes, el UNFPA asesoró a los dirigentes de Panilino sobre cómo adaptar los lugares de trabajo a las necesidades familiares, además de conceder a la empresa una subvención para abrir la guardería. Las pruebas nos demuestran que estas políticas —tanto las nacionales como las que implanta el sector privado— son un instrumento muy poderoso para modificar unas normas de género discriminatorias y redistribuir el trabajo de cuidados no remunerado, de manera que tanto los hombres como las mujeres puedan perseguir sus aspiraciones profesionales sin renunciar a tener hijos. Si bien el objetivo principal es que más personas consigan conciliar trabajo y familia, también ayudan a aliviar la presión que empuja a la gente joven a buscar oportunidades laborales en el extranjero.
Albania es otro de los países de la región que está adoptando políticas orientadas hacia la familia, como generosas prestaciones por licencia parental, tanto para mujeres como para hombres (UNFPA Albania e IDRA Research and Consulting, 2021). No obstante, aunque ahora los hombres pueden solicitar una licencia de paternidad, pocos lo hacen. En Europa Sudoriental, solo el 3% de los hombres afirman haber disfrutado de la licencia de paternidad (UNFPA e IDRA Research and Consulting, 2022).
La experiencia de Ardit Dakshi nos ayuda a deducir, al menos, una de las razones. Su trabajo como ingeniero de sistemas en Tirana le permitió trabajar desde casa cuando su mujer dio a luz a gemelas. “Al principio, mis compañeros se reían de mí”, explica. Sin embargo, añade que “cuando se dieron cuenta de todas las ventajas que tenía, decidieron disfrutar también de sus licencias de paternidad”.
La población de muchos países de Europa Central y Oriental desciende muy rápido (Kentish, 2020). A algunos gobiernos, les preocupa que, sin más nacimientos ni inmigración, su economía se tambalee, así como que no haya suficientes trabajadores jóvenes que se incorporen a la población activa y puedan contribuir a los sistemas de apoyo social, fundamentales para hacer frente al envejecimiento de la población. Este panorama se completa con unas economías debilitadas por la crisis energética mundial (Consejo de Cooperación Regional, 2021), la invasión de Ucrania por parte de Rusia y el continuo descenso del poder adquisitivo (Madzarevic-Sujster y Record, 2022).
Algunos países han recurrido a incentivos públicos para animar a la gente a tener más hijos. Los incentivos varían mucho de un país a otro y entre ellos se incluyen, por ejemplo, pagos a las familias que tienen más hijos, desgravaciones fiscales para familias numerosas o subsidios para la vivienda o el coche, y también premios para aquellas madres que tengan más de cinco hijos. En todo caso, la experiencia con los “bonos por bebé” demuestra que los incentivos pecuniarios o las desgravaciones fiscales, en sí mismos —especialmente si son modestos— tienen un efecto insignificante sobre las tasas de fecundidad a largo plazo (Stone, 2020).
Un abordaje más resiliente ayuda a las parejas a conciliar trabajo y familia, lo que facilita que tengan tantos hijos como quieran.
Hay datos y estudios que ponen de manifiesto el valor de disponer de lugares de trabajo adaptados a las necesidades de las familias y licencias parentales generosas y equitativas; en estas condiciones, las mujeres tienen más oportunidades laborales y los hombres asumen su parte de las tareas domésticas (Armitage, 2019).
“Disfrutar de mi licencia de paternidad y conectar con mis hijas es lo más importante que he hecho en mi vida”, afirma Dakshi.
Mientras Donțu responde a una llamada en Zoom, su hijo Alexandru se sube a su regazo. “Hoy no se encontraba muy bien, así que me lo he traído al trabajo. Si no llega a ser por estas políticas orientadas hacia la familia, no habría podido hacerlo”.
Para Donțu y Dakshi, las condiciones laborales flexibles y adaptables han supuesto una enorme diferencia.
En un mundo centrado en el crecimiento demográfico, se pueden pasar por alto las necesidades de las parejas infértiles
Cuando llevaba unos cinco años casada, Pat Kupchi empezó a preguntarse si algo iba mal.
¿Por qué no se quedaba embarazada?
Hasta entonces, no le había dado mucha importancia, porque estaba centrada en graduarse en Derecho en la Universidad Ahmadu Bello, en Zaria (Estado de Kaduna, Nigeria). Pero, al terminar sus estudios, sus allegados también empezaron a extrañarse. “Si ya ha acabado la carrera, ¿a qué espera?”, insinuaban, lo que hacía que Kupchi se sintiese presionada.
En Nigeria, las mujeres tienen, de media, cinco hijos. “En África”, dice Kupchi, “que 12 meses después de casarte todavía no tengas hijos es un problema”.
Kupchi y su marido acudieron a una consulta médica y descubrieron que no se quedaba embarazada debido a una obstrucción de las trompas de Falopio.
En 1997, cuando Kupchi recibió este diagnóstico, las tecnologías reproductivas acababan de llegar a Nigeria. Acudió a una clínica que le ofrecía una esperanza, la fecundación in vitro. Por aquel entonces, los costos eran prohibitivos. “La gente tenía dudas sobre esta técnica”, recuerda Kupchi. “Era algo nuevo y muy caro. ¿Debía gastarme tanto dinero?”.
Ante la posibilidad de tener un hijo, la pareja decidió que valía la pena asumir el gasto y el riesgo de que no funcionase. Al final, la intervención consistió en la transferencia de cuatro embriones fecundados, uno de los cuales llevó al nacimiento, en 1998, de su hija Hannatu, el primer “bebé probeta” reconocido públicamente en Nigeria.
“Un hijo es un triunfo, un diamante que nos da la vida”, dice Ibrahim Wada, el ginecobstetra responsable del tratamiento de Kupchi. “La gente valora mucho poder tener un hijo”.
Con todo, el Dr. Wada reconoce que, muchas veces, la fecundación in vitro está fuera del alcance de muchas parejas infértiles. Un ciclo de fecundación in vitro en Nigeria cuesta entre 2.000 y 3.000 dólares estadounidenses (Fertility Hub Nigeria, s. f.), mientras que el PIB per cápita se sitúa en torno a los 2.100 dólares estadounidenses al año (Banco Mundial, s. f.). Con el objetivo de ayudar, el Dr. Wada creó una fundación que cubre, parcial o totalmente, los costos de unos 250 ciclos de fecundación in vitro al año.
“Me he encontrado con personas en entornos de pocos recursos que estaban entre la espada y la pared”, explica. “Sientes el peso de la responsabilidad cuando ves que están en un callejón sin salida”.
Algunas de las parejas que no pueden pagar la atención o acceder a estos servicios, recurren a tratamientos de infertilidad tradicionales, cuya eficacia no ha sido probada y que, en ocasiones, son peligrosos. Algunos se basan en remedios de origen vegetal, dice el Dr. Wada, mientras que otros incluyen sustancias como sal fina y ginebra (Subair y Ade-Ademilua, 2022) o incluso “corrosivos” que pueden provocar daños físicos permanentes.
En Nigeria, cuando una mujer no consigue quedarse embarazada, se le suele echar la culpa del problema a ella, pese a que hay factores masculinos, como un bajo número de espermatozoides, presentes en casi tres de cada cinco casos de infertilidad en el país (Umeora et al., 2008). El embarazo y la maternidad son conceptos “inherentes a la percepción de la feminidad, por lo que la infertilidad puede evocar una fuerte sensación de haber fracasado como mujer” (Olarinoye y Ajiboye, 2019). “Las mujeres que no pueden tener hijos sufren una estigmatización”, señala el Dr. Wada.
Un estudio realizado entre mujeres nigerianas infértiles concluyó que el 37% de sus parejas varones reconocieron haber tomado otra esposa y el 12% de los maridos afirmaron tener la intención de divorciarse (Salie et al., 2021). Para las mujeres, un divorcio puede implicar la exclusión de la familia y de la comunidad, además de una auténtica catástrofe financiera para las que no disfrutan de independencia económica.
No obstante, es posible que la actitud hacia la infertilidad esté cambiando y que el estigma esté desapareciendo, ya que algunos hombres asumen que son parte del problema, y que deben serlo también de la solución. “Hoy en día, hay más hombres que acompañan a las mujeres a las clínicas de fertilidad. Parece que ya no es solo culpa de ella”, dice el Dr. Wada. “En 1994, era casi imposible ver a los hombres junto a sus mujeres en las consultas”.
De todos modos, tanto Nigeria como muchos otros países tienen un largo camino que recorrer hasta lograr dejar atrás la idea de que el valor de una mujer se mide por los hijos que tiene.
Una manera de facilitar el acceso a los tratamientos de fertilidad sería empezar a abordar la infertilidad como cualquier otra afección que requiera tratamiento, dice el Dr. Wada, en lugar de como una intervención voluntaria solo al alcance de quien se la pueda pagar.
En 1994, en la CIPD, 179 gobiernos acordaron que “todos los países” debían procurar que cualquier persona pudiese acceder a servicios de atención de la salud reproductiva, que incluirían la “prevención y el adecuado tratamiento de la infertilidad”, a través de sistemas de atención primaria de salud.
“¿No es irónico que haya personas a las que les preocupe tener demasiados hijos cuando hay muchas otras que serían felices si pudiesen tener, al menos, uno?”, se pregunta Kupchi.
Imaginar un futuro mejor
Durante cincuenta años, los científicos nos han avisado, de manera cada vez más apremiante y con un horizonte temporal cada vez más cercano, de las repercusiones que el cambio climático podría tener sobre nuestro futuro. Tras años de desastres climáticos, la realidad de esta amenaza se ha instalado con firmeza en la mente de las generaciones más jóvenes, lo que lleva a que muchas personas se cuestionen la actividad humana por antonomasia: si fundar o no una familia.
Según un estudio de la Universidad de Bath fechado en 2021 que contó con la participación de 10.000 personas de 10 países, con edades comprendidas entre 15 y 24 años —el mayor de este tipo hasta la fecha—, el 39% de estas personas tenían dudas sobre si tener hijos “debido al cambio climático” (Hickman et al., 2021). Los porcentajes eran mayores en el Brasil y Filipinas (48% y 47%, respectivamente) que en los países del Norte Global. Los resultados principales de una encuesta realizada en 2020 por Morning Consult revelaron que el 11% de los adultos sin hijos que residen en los Estados Unidos señalaron al cambio climático como uno de los “principales motivos” para decidir no tenerlos (Jenkins, 2020).
Los alarmistas demográficos podrían pensar que decidir conscientemente no tener hijos es una forma de ayudar a evitar emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, un estudio realizado en 2020 concluyó que “entre los participantes, la preocupación sobre la huella de carbono asociada a la reproducción fue muy inferior a la preocupación con respecto al bienestar que un futuro en el que el cambio climático se hubiese materializado podría ofrecer a los hijos que ya tenían, que esperaban tener o que se podrían plantear tener” (Schneider-Mayerson y Ling, 2020). Una participante, de 31 años de edad, señaló: “Me encantaría ser madre, pero el cambio climático avanza con mucha rapidez y ya estamos viendo sus atroces consecuencias, por eso no puedo traer un niño a este caos”.
La primera vez que Josephine Ferorelli escuchó hablar del cambio climático fue a finales de la década de 1980, en los Estados Unidos, cuando tenía unos ocho o nueve años. Le pareció algo surrealista, por el estruendoso silencio que rodeaba a una cuestión tan trascendental y de dimensiones tan extraordinarias, como si de un tabú se tratase. ¿Por qué nadie hablaba de ello? Cuando, hace unos diez años, conoció a Meghan Kallman, una socióloga y activista que actualmente es senadora estatal por Rhode Island, afirmó que ambas compartían un interés por el activismo climático “que luego se encauzó en otra dirección”. Ferorelli y Kallman se unieron para crear Conceivable Future, un movimiento que, en su sitio web, se define como “Una red de estadounidenses dirigida por mujeres cuyo objetivo es llamar la atención sobre la amenaza que supone el cambio climático para nuestras vidas reproductivas y exigir el fin de las subvenciones a los combustibles fósiles en los Estados Unidos”.
“Suponíamos que habría más personas que querrían participar en esta conversación”, dice Ferorelli. Tenían razón: “¿Es compatible tener tres hijos con ser respetuosos con el planeta?”, plantea una persona anónima de 21 años en el sitio web. “Tengo la esperanza de que, si los educo bien, podrán crear un futuro mejor que el que se cierne actualmente sobre nosotros”.
También surgen muchas preguntas: ¿cómo les hablo a los niños sobre el cambio climático? ¿Cómo se canaliza la desesperación? ¿Es un acto egoísta tener hijos? ¿Lo es no tenerlos? Si no los tenemos, ¿a qué podemos dedicar el amor que llevamos dentro? Las cofundadoras rechazan las respuestas prescriptivas, especialmente aquellas que generan un sentimiento de culpa o que apuntan al crecimiento demográfico mundial como la causa del cambio climático. Afirman que no es correcto poner el énfasis sobre la responsabilidad y el sacrificio de cada individuo, ya que este enfoque olvida las auténticas causas del cambio climático, sistémicas y generalizadas, además de no incluir las posibles soluciones para afrontar el problema. “El propósito de nuestra organización no es en absoluto posicionarse sobre cómo deberían actuar las personas en materia reproductiva. Solo hemos creado un espacio donde poder hablar sobre lo que sentimos al respecto”, aclara Kallman.
“Lo que más nos interesa a las dos es deducir cómo podemos aprovechar todo esto para crear un futuro mejor, en lugar de regodearnos con la pésima situación en la que nos encontramos”, añade. Las dos coinciden en que la única respuesta posible pasa por adoptar medidas contundentes para mitigar el cambio climático. “La cuestión de los hijos es una forma de iniciar la conversación, de conectar con quienes sufren las consecuencias de este problema en carne propia y saber qué sienten al respecto”, expone Kallman, quien también añade que esperan que se emprendan acciones “en materia de descarbonización y sostenibilidad de la economía, y no relativas a controlar el cuerpo de las mujeres. Me resulta difícil de creer que sea mucho más fácil decirle a un grupo de mujeres qué hacer que decírselo al sector de los combustibles fósiles”.
La vasectomía como acto de amor empoderador
“Adoro mi profesión”, confiesa Joseph Mondo, un especialista en la práctica de vasectomías en las escarpadas montañas de Papua Nueva Guinea. Debido a su trabajo, suele pasar semanas cruzando la sabana acompañado por cuatro o cinco voluntarios que le ayudan a transportar el equipo necesario para realizar vasectomías sin bisturí a hombres que deciden no tener más hijos. Las comunidades con las que trabaja tienen un acceso muy limitado a la atención de la salud. Este agente de divulgación de la organización Marie Stopes Papua New Guinea asegura no dar abasto con la demanda de sus servicios. Según dice, la mayoría de sus pacientes ya han sido padres seis o siete veces. A menudo tiene que trabajar de madrugada para atender a hombres a los que les cohíbe la exposición.
La vasectomía —una intervención para prevenir el embarazo rápida y prácticamente infalible— es una medida sensata y puede salvar las vidas de los miembros de las familias que ya se consideran completas en cualquier parte del mundo, pero especialmente en las zonas rurales aisladas donde no se dispone de servicios de planificación familiar. Es un método mucho más seguro y asequible que la esterilización femenina, que es más común en todo el mundo en términos de magnitud (DAES, 2019).
Además de dotar a los hombres de su propio método anticonceptivo, la vasectomía libera a las parejas de la carga, los efectos secundarios, el costo, los inconvenientes y las incertidumbres que van asociados a los métodos anticonceptivos femeninos disponibles. Una mayor aceptación de la vasectomía podría reducir radicalmente el alto porcentaje de embarazos no intencionales, que ronda el 50% (UNFPA, 2021). En resumen, la vasectomía debería ser una opción atractiva para las parejas que no quieren tener más hijos, o ninguno. Pero su prevalencia mundial, que nunca ha estado muy por encima del 2,4%, parece haber disminuido desde 1994, de acuerdo con las cifras que manejan las Naciones Unidas (DAES, 2019).
La vasectomía es más habitual en varios países desarrollados; en el Canadá, el Reino Unido, Nueva Zelandia y la República de Corea, su prevalencia supera el 17%, y en Bhután la vasectomía es ocho veces más frecuente que la ligadura de trompas.
¿Por qué las vasectomías no son más populares en el plano mundial? La idea de interferir en una parte tan sensible de la anatomía masculina es determinante. Además, abundan las ideas erróneas en torno a la vasectomía: en África Subsahariana, por ejemplo, donde la prevalencia de la vasectomía es estadísticamente insignificante, es posible que, por un lado, el procedimiento se conciba como una pérdida de virilidad y, por otro, se asocie a la promiscuidad (Izugbara y Mutua, 2016). También hay otro factor que influye: desde la aparición de la “píldora”, los métodos anticonceptivos han quedado más o menos relegados a las mujeres. Han salido al mercado decenas de productos anticonceptivos, y todos ellos son de uso femenino.
Sin embargo, para Jonathan Stack, cofundador de World Vasectomy Day, una organización que practica cerca de 100.000 vasectomías al año desde 2013, existe una explicación aún más elemental. “Es como todo en este mundo: ¿dónde está el dinero?”, plantea. “No se ha invertido en la comercialización de las vasectomías porque no son un producto que se pueda comercializar”. “Todos los métodos anticonceptivos nuevos para mujeres que hay en el mercado generan mucho dinero”, añade. “La vasectomía no genera dinero, ahorra dinero”. Según una publicación de la Universidad Johns Hopkins de 2020, cada vasectomía que se realiza en los Estados Unidos supone un ahorro de cerca de 10.000 dólares para el sistema por un periodo de dos años (USAID y Breakthrough Action, s. f.). En esa misma publicación también se señala que en los países de la alianza mundial Family Planning 2020 (ahora denominada “FP2030”) en pro de la planificación familiar, solo el 20% de las parejas tienen acceso a la vasectomía.
Stack afirma estar involucrando y empoderando a los hombres con el fin de alimentar lo que considera el “deseo innato de cuidar y proteger a sus familias”. Cada noviembre, la organización World Vasectomy Day lanza una campaña anual a través de medios sociales, clínicas donde se practican vasectomías de forma gratuita, programas de capacitación para la realización de la intervención y varias iniciativas de promoción. En 2022, como parte de la campaña del décimo aniversario, se llevaron a cabo numerosos eventos durante un mes en México y otros lugares bajo el lema: ¡Levantándonos juntos por amor a nosotros mismos, a los demás y a nuestro futuro! Gracias a un acuerdo con la Secretaría de Salud, se movilizó a 400 médicos para realizar 10.000 vasectomías voluntarias en los 32 estados de México.
En noviembre de 2022, también se puso en marcha la academia de World Vasectomy Day, un programa en línea para la enseñanza de los fundamentos de la vasectomía, y un directorio con enlaces a más de 500 profesionales que realizan la intervención en todo el mundo.
A Stack le fascina lo que se puede llegar a conseguir con la inclusión positiva de los hombres en la planificación familiar y la salud reproductiva, especialmente ahora que está surgiendo un nuevo tipo de mentalidad masculina.
“Se está produciendo un cambio y el campo de la planificación familiar haría bien en reconocerlo”, asegura Stack. “Podemos lograr que los hombres se revelen como agentes que contribuyen positivamente a la sociedad [...]. Cuando se pregunta a un hombre por qué se hace la vasectomía —y he hablado con cientos de ellos— suele responder que por amor a sus hijos, a su familia o al planeta, pero en cualquier caso hace alusión al amor. Por eso insistimos en homenajear a los hombres responsables y en referirnos a la vasectomía como un acto de amor”.
Para obtener datos precisos y creíbles, la participación y la confianza son fundamentales
Una buena formulación de políticas depende de unos datos demográficos de calidad. Para dar prioridad a la inversión, abordar las desigualdades y promover el bienestar general, los gobiernos necesitan saber cuántas personas hay, dónde viven y cómo viven. Esto, a su vez, requiere la participación de los individuos. En los últimos años, los Gobiernos de Ghana, la República de Moldova y Nepal, entre otros, han adoptado enfoques innovadores de recopilación y análisis de datos, lo que incluye medidas para concienciar y generar confianza en el proceso.
En 2021, Ghana elaboró el censo de población y hogares más exhaustivo, detallado y preciso del país desde su independencia. Sin embargo, según Samuel Annim, de los servicios estadísticos de Ghana, la confusión acerca de la finalidad del censo y la información errónea sobre las personas a las que se incluiría o no en él llevaron a algunos grupos a expresar su preocupación en torno a la participación. “Sabíamos que necesitábamos una sólida campaña de concienciación pública para que todo el mundo entendiese que el censo de 2021 iba a contabilizar a todas las personas y que los datos que recopiláramos iban a ser fundamentales para fomentar el desarrollo social y económico y reducir las desigualdades”, afirma Annim.
Esto implicaba tanto la labor de divulgación entre el público en general como la colaboración directa con las instituciones religiosas, las escuelas y universidades, los medios de comunicación y los parlamentarios. Los organizadores idearon el lema “Tenemos en cuenta que usted cuenta”. Los servicios estadísticos de Ghana incluso encargaron obras de teatro de un solo acto a grupos de estudiantes de teatro para sensibilizar a la población acerca del censo y ayudar a las comunidades a entender el proceso que se iba a desarrollar en cuanto llegaran los censistas a los municipios. Además, Ghana dio empleo en las operaciones del censo a comunidades y grupos vulnerables a menudo olvidados, como las personas con discapacidad, en calidad de formadores, promotores y recopiladores de datos. “Queríamos asegurarnos de que todas las partes interesadas en el censo participaran en él”, afirma Annim.
En la República de Moldova, el Gobierno, el Consejo Nacional de la Juventud y el UNFPA movilizaron a los jóvenes para que fueran de casa en casa y animaran a la población a participar en el censo de 2014. A pesar de que la iniciativa condujo a un aumento de la participación, muchos moldavos no figuraron en los censos. A fin de obtener una visión más completa del tamaño de la población del país, el Gobierno tomó la inusual medida de comparar los datos sobre el consumo de energía con los datos que arrojó el censo. Además, se utilizaron por primera vez datos sobre los pasos fronterizos para calcular cuántas personas vivían en el país y cuántas salían y regresaban. Estos datos contribuyeron a afinar el cálculo de las personas con “residencia habitual” en la República de Moldova, lo que llevó al Banco Mundial a revisar al alza la situación económica del país y al posterior examen de otros indicadores estadísticos, como la base de referencia y las metas de los ODS.
En 2021, Nepal se propuso censar a toda su población, una tarea nada sencilla en un país con 125 grupos étnicos y castas que hablan 123 idiomas en un total de 7 provincias, 753 localidades y 6.743 “distritos” de menor tamaño. Con el propósito de generar confianza, se lanzó una campaña informativa con el lema “Mi censo, mi participación”. Los organizadores también hicieron hincapié en que los datos se utilizarían para fundamentar las iniciativas encaminadas a alcanzar los ODS, incluida la medición del grado en que los nepaleses ejercían sus derechos y gozaban de acceso a los servicios. Además, se aseguraron de que los grupos marginados y vulnerables —entre los que se incluyen las personas con discapacidad— participaran en las operaciones del censo. Cerca de la mitad de los censistas y los responsables del procesamiento de los datos fueron mujeres.
Samuel Annim concluye que, para que un censo tenga valor real, los datos deben ser reales y las personas deben confiar en que se beneficiarán de la información que se desprenda del censo. “Esto requiere adoptar con determinación una agenda apolítica e implicar en el proceso a todas las partes interesadas, como las organizaciones de la sociedad civil, los organismos religiosos y los grupos vulnerables”, añade. “Tenemos que hacer entender que los datos del censo son clave para garantizar que nadie se quede atrás”.