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Tres años del influjo rohinyá
- 10 de septiembre de 2020
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COX’S BAZAR, Bangladesh – El 25 de agosto se cumplió un trágico aniversario: tres años desde el influjo masivo de miles de refugiados rohinyá en Bangladesh desde la vecina Myanmar.
Al día de hoy hay cerca de 1 millón de refugiados rohinyá viviendo en Bangladesh. Cerca del 90 por ciento de estas personas viven en una red de más de 30 campamentos en el distrito de Cox’s Bazar, donde el hacinamiento y las condiciones de saneamiento las hacen vulnerables a la pandemia de COVID-19.
No obstante, la estrecha colaboración entre asociados humanitarios (incluido el UNFPA) y el Gobierno de Bangladesh han logrado contener la propagación del coronavirus dentro de los campamentos. Para el 26 de agosto, se habían reportado unos 3.927 casos positivos de infección en Cox’s Bazar, pero solo 88 de estos se registraron en los campamentos de refugiados; el resto se concentró en la gran comunidad de acogida.
Sin embargo, la situación es especialmente difícil para las mujeres y las niñas.
Las restricciones de movimiento relacionadas con la pandemia han obligado a los actores humanitarios a reducir la actividad en los campamentos. A pesar de los desafíos, se han mantenido servicios cruciales, como la atención a la salud sexual y reproductiva y el apoyo a las sobrevivientes de violencia de género.
Hasta el mes de agosto, el apoyo prestado por el UNFPA incluyó unos 23 espacios especializados en la atención de las mujeres, 22 centros de salud, 10 centros comunitarios administrador por mujeres, 144 parteras, 594 trabajadores sanitarios de la comunidad, y un total de 224 voluntarios de dos ONG.
En todos los centros y espacios administrados por el UNFPA se han tomado medidas preventivas para proteger al personal y a pacientes y visitantes. A manera de ejemplo, el UNFPA ha colocado estaciones de lavado de manos, ha distribuido equipo de protección personal y desinfectante de manos entre los trabajadores sanitarios, y ha instituido prácticas de distanciamiento físico.
En la medida de lo posible, se han ofrecido información y servicios de manera remota.
Minara, refugiada rohinyá, llegó con su recién nacido a un centro sanitario apoyado por el UNFPA.
Allí explicó que inicialmente había visitado el centro para recibir servicios de planificación familiar (el UNFPA ofrece asesoramiento de anticonceptivos para ayudar a las mujeres a tomar decisiones informadas sobre si quedar embarazadas y cuándo.
“He estado aquí por tres años", relató, "y he usado distintos tipos de método anticonceptivo desde entonces". Después de decidir quedar embarazada, logró recibir atención prenatal en la clínica.
Hoy asegura que recibe "atención gratuita para mi bebé".
Rotna, la partera de Minara, llegó para ofrecer su consulta ataviada con mascarilla y gorro de médico, y dio un caluroso saludo a Minara.
Rotna explicó que recibe formación continua del UNFPA y otros asociados, y se siente orgullosa de poder prestar servicio a la comunidad rohinyá.
"Al principio era difícil debido a la barrera del idioma", admitió Rotna, para a seguidas aclarar, "yo hablo bengalí y Minara habla rohinyá, pero poco a poco, una visita a la vez, nos las fuimos arreglando para entendernos: yo aprendí algunas palabras en rohinyá y Minara aprendió unas palabras en bengalí".
Hoy, agregó Rotna, tienen una relación casi familiar. "Esta comunidad es una gran hermandad", concluyó.
En Cox’s Bazar, los hogares encabezados por mujeres son particularmente vulnerables. Las normas conservadoras provocan que las mujeres tengan menos oportunidades para ganarse la vida, y sus familias sufren mayor inseguridad económica.
Rokeya, mujer rohinyá, recuerda las luchas que enfrentó a su llegada a Bangladesh con sus hijos, después que su marido murió asesinado en Myanmar. Recogía madera en el bosque para la venta, pero “no era suficiente”, admitió.
Aprendió a coser en un centro de mujeres, pero la vida sigue siendo precaria. "Ahora soy costurera y me entregaron un kit de costura, pero no tengo máquina de coser. Debido a la COVID-19, hubo que cerrar el centro comunitarios dirigido por mujeres, y no pude regresar para usar la máquina de coser y de ese modo obtener ingresos".
Sin embargo, se siente moderadamente optimista de que las cosas mejorarán. "Para mí, una vida feliz es conseguir trabajo para poder mantener a mi familia y educar a mis hijos para que tengan un mejor futuro".
El idea de un futuro promisorio dibujó una sonrisa en el rostro de Rokeya, pero de inmediato agregó, casi para sí misma, "¿cuándos será?