We live in a world where humanitarian crises extract mounting costs from economies, communities and individuals. Las guerras y los desastres naturales ocupan las portadas, al menos en un primer momento. Menos visibles, pero también costosas, son las crisis de fragilidad, vulnerabilidad y desigualdad creciente que debilitan en grado sumo las esperanzas de paz y desarrollo de millones de personas.
Más de 100 MILLONES DE PERSONAS PRECISAN ASISTENCIA HUMANITARIA. SE CALCULA QUE 26 MILLONES SON MUJERES Y NIÑAS ADOLESCENTES EN EDAD REPRODUCTIVA.
Desastres naturales
El número de desastres naturales se triplicó entre 1980 y 2000. Aunque ha descendido ligeramente desde entonces, hoy todavía dobla la cifra registrada hace 25 años.
Por término medio, en los países de bajos ingresos falleció el triple de personas (332 muertes) que en los de ingresos altos (105 muertes). Se aprecia una pauta semejante al agrupar los países de bajos ingresos y de ingresos medianos bajos y compararlos con los países de ingresos altos e ingresos medianos altos. En conjunto, en los países de rentas superiores se registraron el 56% de los desastres y el 32% de víctimas mortales; por su parte, en los países de rentas inferiores se registraron el 44% de los desastres y el 68% de muertes.
Por cada persona que muere en un desastre hay centenares que sufren las consecuencias cuyas necesidades primarias básicas inmediatas es preciso cubrir, tales como alimento, agua, albergue, saneamiento o atención de salud. Las personas afectadas por un desastre suelen perder sus hogares y medios de vida, verse separadas de sus familias, hacer frente a una vida de enfermedad, discapacidad u oportunidades limitadas, y ser desplazadas de sus comunidades.
Aunque en los últimos 20 años se han registrado desastres con más frecuencia, en realidad, el promedio de personas afectadas ha disminuido, desde 1 de cada 23 entre 1994 y 2003, a aproximadamente 1 de cada 39 entre 2004 y 2014.
Si se tiene en cuenta el crecimiento demográfico, la probabilidad de ser desplazado por un desastre es hoy un 60% más alta que hace 4 decenios. En los últimos 20 años se han producido un promedio de 340 desastres anuales que han afectado a 200 millones de personas y han costado la vida de 67.500 personas al año.
Conflictos
La segunda guerra mundial, el conflicto más grave de la era moderna, sigue siendo la referencia de la humanidad en cuanto a daños en masa. Alrededor del 3% de la población mundial murió a consecuencia directa del conflicto, en su antesala o en el periodo posterior. Además, más de una tercera parte de la población mundial se vio afectada. Así pues, por cada muerte hubo otras diez vidas desbaratadas.
En 2014, el número total de refugiados y desplazados internos en todo el mundo alcanzó los 59,5 millones, la cifra más alta desde la segunda guerra mundial. El número de desplazados internos se duplicó entre 2010 y 2015.
Más de la mitad de los nuevos refugiados en 2014 provenían de Siria, el Afganistán, Somalia y el Sudán. Más de la mitad de los desplazados internos residen en Siria, Colombia, el Iraq y el Sudán.
En la actualidad, aproximadamente 1 de cada 4 personas en el Líbano y 1 de cada 10 en Jordania son refugiadas. Hoy, solo 1 de cada 3 refugiados vive en campamentos; 2 de cada 3 residen en zonas urbanas.
Alrededor de dos tercios de los refugiados del mundo se encuentran en una situación de exilio aparentemente perpetuo, con un promedio de 20 lejos de hogar. Los 25 países más afectados por la presencia prolongada de refugiados están en el mundo en desarrollo.
Los hombres tienen muchas más probabilidades de morir por causa directa y durante los conflictos, mientras que es más frecuente que las mujeres mueran o sufran lesiones por causas indirectas después del conflicto. Todas las estimaciones referentes a las muertes directas en conflictos sugieren que más del 90% de las bajas corresponden a hombres jóvenes adultos.
Fragilidad y vulnerabilidad
Los Estados frágiles acogen a una tercera parte de los pobres del mundo. Más de 1.000 millones de personas —en torno al 15% de la población mundial— viven en una situación de pobreza extrema, según las estimaciones del Banco Mundial. La pobreza extrema, que antes se concentraba en Asia Oriental, se ha desplazado a África Subsahariana y Asia Meridional, donde vive actualmente el 80% de los pobres del mundo, en su mayoría mujeres y niños.
Los pobres son especialmente vulnerables a las consecuencias de los conflictos, y distintos indicadores de fragilidad sugieren que un nivel elevado de pobreza y la desigualdad de los ingresos contribuyen a la inestabilidad. Los pobres disponen de menos recursos económicos, sociales y de otro tipo para sobrellevar o recuperarse de los conflictos, lo que a su vez puede agravar la pobreza.
Son muchas las explicaciones de la fragilidad y sus causas, pero, independientemente de cómo la definamos, la fragilidad está estrechamente vinculada a fuerzas como la pobreza, la desigualdad y la exclusión, que afectan de manera desproporcionada a las mujeres y las niñas.
Al comparar la fragilidad de los Estados con los principales indicadores de salud reproductiva surgen correlaciones que demuestran que es probable que en los países extremadamente frágiles haya menos partos asistidos por personal cualificado, mayores índices de embarazo adolescente y más necesidades no satisfechas en el ámbito de la planificación familiar.
Cerca de la mitad de la población de los países de ingresos bajos vivían en 2010 en Estados frágiles, en conflicto o que se recuperaban de un conflicto. En esas mismas zonas habitaban el 60% de la población mundial subalimentada y el 77% de los niños que no asisten a la escuela primaria, y se registraban el 70% de las muertes de lactantes y el 64% de los partos no asistidos.
El conflicto, la violencia, la inestabilidad, la pobreza extrema y la vulnerabilidad a los desastres son condiciones profundamente relacionadas entre sí que en la actualidad impiden a más de 1.000 millones de personas disfrutar de los enormes logros sociales y económicos alcanzados desde el final de la segunda guerra mundial.
Una compleja combinación de peligros que se superponen contribuye a los desplazamientos y determina el movimiento poblacional y las necesidades en los países frágiles y afectados por conflictos. Otros aspectos de la vulnerabilidad —el género, el origen étnico, el nivel de ingresos y el lugar de residencia— parecen conllevar una mayor probabilidad de sufrir daños a largo plazo y complican la recuperación. Además, por encima de todos los aspectos de la exclusión social, la pobreza y un bajo nivel de logros educativos generan una profunda vulnerabilidad.
Riesgos para las mujeres y las adolescentes
Las crisis humanitarias afectan desproporcionadamente a las mujeres y las adolescentes.
Las crisis, ya sean repentinas o prolongadas, exponen a las mujeres y las niñas —así como a sus derechos de salud sexual y reproductiva— a una acumulación excesiva de riesgos.
Los conflictos y los desastres pueden empeorar una situación. Para las mujeres y las adolescentes, el advenimiento de una crisis puede aumentar su vulnerabilidad a las infecciones de transmisión sexual —incluido el VIH—, los embarazos no deseados, y la morbilidad y la mortalidad maternas, además de otros riesgos para la salud de las madres y los recién nacidos. Las mujeres y las adolescentes también corren un mayor riesgo de ser objeto de violencia por razón de género, como la violencia en el seno de la pareja, la violación, el matrimonio a edad temprana y la trata de personas.
No todas las mujeres y los jóvenes tienen la misma historia que contar. En sus experiencias interviene una compleja intersección de factores, como la edad, el sexo, el estado civil, la situación económica o el lugar de residencia. También son vulnerables los miembros de las minorías étnicas, las personas con discapacidad o que viven con el VIH, los refugiados o desplazados internos, los pobres y quienes tienen familiares a su cargo.
Tous ces facteurs, souvent reliés entre eux de manière complexe et variée, influencent les risques et les vulnérabilités des personnes.
An estimated 123,000 women were pregnant in Ebola-affected Sierra Leone in 2015.
UNFPA estimated that there were approximately 126,000 pregnant women at the time of the April earthquake, including 21,000 of whom would need obstetric care in the coming months.
An estimated 250,000 women were pregnant when Typhoon Haiyan hit in November 2013 and approximately 70,000 were due in the first quarter of 2014.
At the time of Tropical Cyclone Pam (2015), there were an estimated 8,500 pregnant and lactating women in the affected provinces.
Aunque en una crisis el riesgo que corren las mujeres y los jóvenes es muy diferente, existen dos factores generales comunes que contribuyen a aumentarlo: el primero es la desigualdad entre los géneros, que no solo persiste durante las crisis humanitarias, sino que suele aumentar.
La desigualdad se manifiesta en un acceso limitado a la educación, los recursos económicos y políticos y las redes sociales. También puede ocasionar la muerte cuando, ante la escasez de alimentos, los padres destinan todos o casi todos los alimentos a los niños.
El segundo factor predominante que aumenta el riesgo es el colapso o la suspensión de las infraestructuras y los servicios fundamentales de salud sexual y reproductiva en situaciones de crisis, así como las dificultades para acceder a los servicios que aún existen a causa del caos y la inseguridad.
Hasta hace tan solo 20 años, la salud sexual y reproductiva se mantuvo en un segundo plano ante prioridades en la respuesta humanitaria como el agua, el alimento y el albergue. Sin embargo, desde principios de la década de 1990, se han realizado numerosos estudios y recogido pruebas que han dado mucha más visibilidad a la salud de las mujeres y las niñas. Numerosas intervenciones humanitarias satisfacen ya las necesidades asociadas al embarazo y el parto, e intentan prevenir y hacer frente a la vulnerabilidad frente a la violencia sexual y por razón de género, y a las infecciones de transmisión sexual, entre ellas el VIH.
No solo se ha reconocido de manera más generalizada que cubrir tales necesidades es un imperativo humanitario y una cuestión de defensa y respeto de los derechos humanos, sino que también resulta evidente que garantizar el acceso a la salud sexual y reproductiva es uno de los caminos hacia la recuperación, la reducción del riesgo y la resiliencia. Los beneficios alcanzan a las mujeres y las niñas, pero no solo a ellas. La posibilidad de que accedan a servicios de salud sexual y reproductiva, así como a un conjunto de programas humanitarios que luchan contra las desigualdades de manera expresa, tiene efectos positivos que se propagan a todos los aspectos de la acción humanitaria.
Planificación familiar
En las crisis humanitarias, en las que la financiación para intervenciones que salvan vidas es limitada, la planificación familiar es una inversión sensata. Por lo general, por cada dólar que se invierte en servicios de anticoncepción se ahorran entre 1,70 y 4 dólares en costos de atención de salud materna y neonatal.
En el último año, el UNFPA facilitó anticonceptivos y otros suministros de planificación familiar por medio de botiquines de salud reproductiva en situaciones de emergencia, con el objetivo de brindar servicio a 20.780.000 mujeres, hombres y adolescentes en edad reproductiva en contextos humanitarios de todo el mundo.
La planificación familiar es un elemento imprescindible de la respuesta, al igual que la reconstrucción y la recuperación, y reporta beneficios directos a las mujeres y las niñas, al impulsar los ahorros familiares y la productividad, y brindar mejores perspectivas en educación y empleo. También mejora los resultados de salud, pues el menor número de embarazos no deseados implica menos complicaciones durante el parto y menos muertes maternas.
Madres que gozan de buena salud
La función del UNFPA en toda situación humanitaria consiste en velar por que las mujeres tengan acceso a servicios de parto sin riesgos, sean cuales sean las circunstancias, con el fin de proteger la vida y la salud tanto de las madres como de los niños.
Les 10 pays où le taux de mortalité maternelle est le plus élevé sont ravagés par la guerre ou en cours de relèvement (Organisation mondiale de la Santé et al., 2014).
En ocasiones es necesario aplicar medidas creativas para garantizar el acceso a la salud materna y neonatal de las mujeres que residen en lugares alejados o dispersos.
Los trabajadores sanitarios comunitarios que lucharon contra el ébola en Guinea, por ejemplo, se sirvieron de teléfonos inteligentes para registrar a las personas que habían estado expuestas al virus y transmitir información fundamental a los funcionarios de salud.
En Somalie, le personnel infirmier a recours à des systèmes GPS pour faciliter la prestation de services de santé aux personnes déplacées dans les régions reculées (Shaikh, 2008).
También en Somalia, el UNFPA apoya 34 casas maternas en las que se atiende y protege a mujeres embarazadas con complicaciones hasta que llega el momento de que den a luz en un centro de salud.
Servicios y suministros facilitados entre enero y septiembre de 2015 en los países de la cuenca del lago Chad afectados por la crisis de Boko Haram
4,075 kits for safe delivery distributed to health posts in camp and centres
5,400 dignity kits delivered to pregnant and vulnerable women and girls
10,000 male condoms distributed
110 women accessed contraception
11 case of rape clinically managed
30 district health staff and 40 community health agents trained and deployed
22 newly trained midwives deployed
5 youth centres equipped for skills development and adolescent counselling
4 public health facilities serving refugees equipped to provide quality reproductive health services
4 youth-and women-friendly spaces created in Minawao camp
53,312 condoms distributed
10,913 women and adolescent girls accessed family planning
1,458 women assisted for safe deliveries
1,407 dignity kits were distributed to refugees
906 women received antenatal care
118 adolescents and youth received training as reproductive health educators for refugees
40 health providers were trained
22 women survivors of gender-based violence received psychological support
28,000 condoms distributed
2,500 women, men, young people attended awareness-raising about gender-based violence
1,500 women received antenatal care
1,500 women received gender-based violence services
510 women assisted for safe deliveries
500 women accessed contraception
2,108,441 people’s awareness raised about preventing and responding to gender-based violence
27,293 women assisted for safe deliveries
22,000 women and adolescent girls received dignity kits
214 reproductive health kits (1,759 cartons) distributed, containing a range of life-saving medical equipment, drugs and other supplies
213 health workers and programme managers were trained in providing reproductive health services in humanitarian settings
56 midwives and nurses were trained in administering long-acting reversible contraception
Prevenir y tratar el VIH
El VIH ha sido objeto de una atención cada vez mayor en las situaciones humanitarias a lo largo de los dos últimos decenios, y recibe mayores fondos y asistencia específica que otras cuestiones de salud sexual y reproductiva. Muchos países habían progresado notablemente al mejorar el acceso a la terapia antirretroviral y a la prevención de la transmisión maternoinfantil.
La respuesta a la violencia por razón de género en situaciones humanitarias requiere servicios y apoyo para la prevención y la protección de las poblaciones afectadas, de manera que se reduzcan las consecuencias nocivas y se eviten lesiones, traumas, daños y sufrimiento. Las directrices de las Naciones Unidas para hacer frente al problema hacen hincapié en que todo «el personal humanitario ha de asumir que la violencia de género tiene lugar y amenaza a las poblaciones afectadas; debe tratarla como un problema grave que pone en peligro la vida de las personas; y tiene que tomar medidas […], existan o no pruebas concretas» (IASC, 2005).
La violencia por razón de género comprende la violencia sexual —incluidos la violación, el abuso sexual, la explotación sexual y la prostitución forzosa—; la violencia doméstica; el matrimonio forzoso y a edad temprana; prácticas tradicionales nocivas como la mutilación genital femenina, los delitos de honor y el levirato; y la trata de personas (IAWG, 2010). Así pues, la respuesta a la violencia por razón de género en contextos humanitarios exige un enfoque multisectorial.
Protección del derecho a la salud de los adolescentes
Los contextos humanitarios conllevan una serie de riesgos que agravan la vulnerabilidad de los adolescentes a la violencia, la pobreza, la separación de la familia, el abuso sexual y la explotación. Además, los riesgos de la maternidad son mayores para las adolescentes, que están más expuestas al sexo forzado, asumen más riesgos y tienen un menor acceso y sensibilidad a los servicios de salud sexual y reproductiva.
Los jóvenes pueden ser agentes de un cambio positivo que impulse la reconstrucción y el desarrollo de sus comunidades. Pero para que se impliquen en el proceso, es preciso que tengan acceso a un conjunto de programas, tales como de educación académica y no académica, preparación para la vida, alfabetización, aritmética elemental, formación profesional y estrategias innovadoras, que luchen contra la inseguridad y la escasez de personal.
Prevenir y hacer frente a la violencia por motivos de género
En relación con la violencia por razón de género, gran parte de la atención se ha dirigido a las violaciones, aunque el foco se está ampliando para abarcar el matrimonio forzoso y a edad temprana, la violencia doméstica, la mutilación genital femenina y la trata de personas.
Las mujeres de cada zona suelen ser las primeras en responder y las primeras en hallar soluciones, en ocasiones muy sencillas, que pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Cuando un terremoto sacudió Haití en 2010, el índice de violaciones aumentó de forma notable. Ante el derrumbe de las instituciones que en condiciones normales las protegían, las mujeres se movilizaron en los campamentos de desplazados para protegerse y apoyar a los supervivientes. Las organizaciones no gubernamentales MADRE y KOFAVIV entregaron silbatos a las mujeres de los campamentos, una medida que redujo el índice de violaciones en un 80% en uno de los campamentos. La instalación de puntos de luz alimentados por baterías solares también contribuyó a reducir la violencia por razón de género.
Las propias mujeres asumieron el liderazgo en Filipinas después del tifón Haiyan y crearon grupos de vigilancia y «espacios para mujeres» con el fin de protegerse de la violencia por razón de género. En julio de 2014, cuando se previno que otro tifón golpearía el país, las mujeres enviaron grupos de vigilancia a los centros de evacuación, en coordinación con las mujeres oficiales de policía y las autoridades locales.
Un conflicto o desastre puede borrar de un plumazo toda una generación de progresos económicos y sociales.
Asimismo, puede socavar las perspectivas de futuro de una persona, al hacer añicos sus oportunidades y restringir sus opciones.
También puede exacerbar las desigualdades existentes en la sociedad, lo cual da lugar a privaciones todavía mayores para los pobres y marginados, y comporta un precio desproporcionado para las mujeres y los jóvenes —especialmente para los menores de 20 años—, que constituyen aproximadamente la mitad de la población en numerosos contextos de conflicto y posconflicto.
La profunda repercusión de los desastres y conflictos sobre las personas, las comunidades, las instituciones y las naciones pone de relieve la importancia fundamental del desarrollo de la resiliencia para que todos podamos resistir mejor las consecuencias de las crisis y recuperarnos de ellas con más rapidez. Mejorar la resiliencia también ayuda a mitigar los posibles efectos negativos para la salud sexual y reproductiva de las mujeres y las niñas.
Quién vive, muere o se recupera durante o después de un conflicto o desastre depende en parte de las políticas, los programas y la situación social, económica y política anteriores a la crisis.
Adelantarse a la pobreza y la desigualdad
Los factores socioeconómicos y estructurales que determinan la capacidad de resiliencia de las comunidades son condiciones previas decisivas de cara a las consecuencias de un desastre o conflicto, y por tanto los gobiernos deben dedicarles una atención inquebrantable.
Aunque la resiliencia se considera en ocasiones un estado final, es también un proceso en curso que demanda un esfuerzo continuo para abordar los factores socioeconómicos y estructurales —la pobreza, las normas de género nocivas e incluso la inseguridad alimentaria— que influyen en la capacidad de las comunidades para resistir o recuperarse de una situación de crisis o una conmoción. El proceso de mejora de la resiliencia debe ser prioritario en todos los ámbitos y fundamentarse en las estrategias de adaptación, la cultura, el patrimonio y los conocimientos locales. Para ello es necesaria la participación de los agentes del proceso humanitario y de desarrollo, aunque la comunidad debe asumir el proyecto como propio.
Las situaciones de emergencia humanitaria, tales como los desastres naturales y los conflictos, pueden conducir a una ampliación y profundización de la pobreza y la desigualdad. La resiliencia puede mitigar tales efectos.
Mejorar la resiliencia supone hacer frente a las causas subyacentes de la vulnerabilidad, como la pobreza y la desigualdad, y adoptar medidas preventivas que promuevan una adaptación positiva antes de que se produzca la crisis. Las inversiones en salud reproductiva, materna, neonatal, infantil y adolescente, y los derechos reproductivos ampararán a las personas más afectadas por los desastres.
Esta dimensión mide la carencia de recursos que ayuden a la población a adaptarse a las situaciones peligrosas. Se compone de dos categorías: instituciones e infraestructuras. El mapa muestra los datos de los 12 países con valores más elevados en la dimensión relativa a la falta de capacidad de adaptación.
Reducción del riesgo de desastres
La reducción del riesgo de desastres es un elemento fundamental de la resiliencia. Mientras que la respuesta humanitaria es una intervención a corto plazo, la reducción del riesgo de desastres es una labor a largo plazo que hace frente a las causas de fondo de la vulnerabilidad en una situación de crisis. Algunas crisis, como los terremotos y los tsunamis, no pueden prevenirse, pero sí es posible mitigar sus efectos invirtiendo previamente en la creación de sistemas de salud sexual y reproductiva resilientes y centrados en las necesidades de los segmentos más vulnerables de la comunidad.
Mujeres, niñas y resiliencia
Uno de los eslabones más débiles de la resiliencia en este momento son las mujeres y las niñas, y las instituciones que les dan servicio. Mientras la desigualdad y el acceso inequitativo mermen sus derechos, aptitudes y oportunidades, las mujeres y las niñas seguirán estando entre las personas más necesitadas de asistencia humanitaria y menos preparadas para contribuir a la recuperación y la resiliencia.
La salud y los derechos sexuales y reproductivos constituyen uno de los pilares de la transición de la juventud a la edad adulta. Cuando los gobiernos toman medidas en aras de una transición segura y saludable, impulsan a su vez las capacidades de «absorción» de impactos de las comunidades y las naciones, y de ese modo crean entornos propicios para la resiliencia de los individuos.
Desarrollo equitativo e inclusivo
Un desarrollo inclusivo, equitativo y que respete y proteja los derechos humanos de todos, incluidos los derechos reproductivos y el derecho a la salud —en particular, la salud sexual y reproductiva—, es esencial para la resiliencia. Los principios de inclusividad, equidad y derechos también conforman la base de la nueva generación de Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, que orientará la respuesta de la comunidad internacional a los retos económicos y sociales de los próximos 15 años.
Garantizar la salud y los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y las adolescentes contribuirá enormemente al logro del objetivo de un desarrollo inclusivo y equitativo, y puede dar paso a sociedades más resilientes, más capaces de resistir a las crisis y reconstruirse de maneras que conduzcan a una resiliencia todavía mayor.
No obstante, la nueva visión de cara a un desarrollo sostenible para los próximos 15 años solo podrá hacerse realidad si todas las personas del mundo se comprometen y apuestan por su consecución. Por tanto, las mujeres y las adolescentes deben desempeñar un papel protagonista, liderar y contribuir a las medidas que mejoren la salud y el desarrollo sostenible en todos los ámbitos —doméstico, comunitario, institucional y estatal—, y no quedarse al margen ni ser relegadas a una función secundaria.
Inclinar la balanza en detrimento de la reacción, y en favor de la preparación y la resiliencia
Debemos aspirar a un mundo más resiliente y menos vulnerable. En ese mundo, el desarrollo nacional e internacional es plenamente inclusivo y equitativo, y defiende los derechos de toda la población. En él, las mujeres y las niñas ya no deben hacer frente a numerosas desventajas y están empoderadas por igual para desarrollar plenamente su potencial y contribuir al desarrollo y la estabilidad de sus comunidades y naciones.
Sería un mundo en el que todos los países gestionarían su economía y su gobierno con el objetivo de que todas las personas tengan acceso a un trabajo decente y a servicios esenciales de buena calidad, incluida la atención de salud sexual y reproductiva. Aquellos que fijan el rumbo de las políticas públicas coincidirían en que la inversión en un desarrollo equitativo e inclusivo es probablemente la mejor inversión y, sin duda, la más justa y humana que puede hacerse. Entre los beneficios de amplio alcance se encuentra la reducción de los riesgos y efectos de las crisis.
Gestionar mejor los riesgos
La transformación en un mundo más resiliente y menos vulnerable depende también de una gestión mejor de los riesgos y de la existencia de instituciones que cuenten con capacidades suficientes antes de las crisis. El primer paso es conocer los riesgos de manera integral; solo entonces pueden efectuarse inversiones eficaces para reducirlos.
Cuando no sea posible evitar totalmente esos riesgos, es fundamental llevar a cabo una preparación proactiva para mitigar sus peores consecuencias. Una de las estrategias más importantes para reducir los riesgos en todos los países consiste en impulsar la resiliencia de la población frente a ellos. Las perspectivas de las personas sanas, educadas, con unos ingresos adecuados y que disfrutan de todos los derechos humanos son mucho más halagüeñas cuando los riesgos se materializan.
Promover la igualdad
La transformación puede comenzar, en cierta medida, en el periodo posterior a una crisis, aunque ello depende en buena parte de la respuesta. Si esta reproduce fundamentalmente los patrones discriminatorios existentes —por ejemplo, al no prestar servicios de salud sexual y reproductiva de calidad desde el primer momento—, no será transformadora. Tampoco obtendrá buenos resultados en todos los indicadores de eficacia y relativos a los derechos humanos. Todas las cuestiones humanitarias conllevan algún tipo de perspectiva de género, pues los hombres y las mujeres, las niñas y los niños perciben el mundo de maneras notablemente distintas. Toda acción humanitaria, por tanto, debe reconocer y responder a esas diferencias y tratar de corregir las disparidades.
Siempre que sea posible, la asistencia humanitaria ha de cuestionar las formas existentes de discriminación; por ejemplo, mediante la provisión de servicios integrales para los supervivientes de la violencia por razón de género. También puede conseguir que los hombres y los niños contribuyan a promover la aceptación de las nuevas normas sociales, tales como las referentes a los derechos inherentes a la mujer y la resolución pacífica de las diferencias.
Acabar con la brecha entre la acción humanitaria y el desarrollo
La distinción entre la respuesta humanitaria y el desarrollo es hoy errónea. La acción humanitaria puede sentar las bases del desarrollo a largo plazo. El desarrollo, cuando beneficia a toda la población y permite que esta disfrute de sus derechos, incluidos los derechos reproductivos, ayuda a los individuos, las instituciones y las comunidades a resistir las crisis. Asimismo, puede acelerar la recuperación.
Un desarrollo equitativo, inclusivo y fundamentado en los derechos, así como la resiliencia que este impulsa, hacen innecesarias en muchos casos las intervenciones humanitarias.